No sé nada de Ruth: PROLOGO



Ronco por la conjura del rancio Cavendish y el recio Blend , consagrado a estas bajuras como corsario indomable, y visiblemente agotado por los efectos secundarios de los números roucos, mientras su embriagada mirada se perdía oteando el horizonte senegalés de la Real, me confesaba la pasada madrugada el otro Conde, el del Athos, que cuarenta Tolstoi después recordaba a su verdugo con cierta compasión, sin atesorar rencor, aunque de tenerla a su merced, no dudaría en ajusticiar a Milady con sus propias manos, puños hipotecados por el odio en esos instantes de pesadilla despierto. Apelando al carácter del clima lo conduje a Las Viudas, y con el nimio esfuerzo de varios pinchos de queso, le arranqué una sonrisa con facilidad sumisa. Suspiré emocionado, un infierno después mi amigo estaba curado, y de Winter, probablemente bajo una manta de mármol, promocionando el Xacobeo en el báter de algún bar, o aterrorizada por los insectos que juguetean entre las sábanas de cartón de su cama cada vez que su conciencia no le permite dormir, cada noche en Insomnia sin Lord Brick.
Nunca olvidé la maleta, precaución inevitable para no emprender un viaje con billete de vuelta. Lo que no abrazaba la valija lo abandoné en el punto de salida, los recuerdos, los sinsabores y las esperanzas de retorno, porque en realidad lo que precisaba imperiosamente eran unas mudas, pasta de dientes y un cepillo con el que exhortizar el emboque amargo. Soltar lastre siempre ha sido mi fuerte, la de un nómada de catres que encontró asilo en una mujer con sangre mexicana, a la que continuo relatándole episodios de mi devenir en la Plaza Garibaldi cuando todos se han marchado a dormir ya. Sin embargo, comprendo a cierta gente que se arraiga a lo que pudo ser y no fue, caminantes que acostumbran a volver la vista atrás para admirar el sendero recorrido, emisarios del dolor que no encuentran consuelo en la jarra más grande de Jaime, los que añoran lo que nunca jamás sucedió, y no hay nostalgia peor que esa, ni antídoto ipso-fáctico al mal de amores, que como la juventud, se cura con el paso del tiempo.

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