No se nada de Ruth: DIEM PERDIDI


A Marcos, por darme la idea y por quererme.
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- No pienso seguir discutiendo un segundo más, en el último año no hemos hecho otra cosa y con franqueza, estoy harto. Con esta frase comenzamos a convertirnos en perfectos extraños, el tiempo, lejos de acercarnos, nos distanció aún más, hasta el punto que desconozco que es o ha sido de Ruth, ni me importa.
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Tras esta sentencia firme en la que tácitamente dimos por concluida la relación, el silencio nos cobijó en su gélido regazo, añadiendo la última vivencia juntos, para ambos resultaba extraño encontrarse frente al otro sin emitir término alguno, sufríamos de incontinencia verbal, hablabamos de cualquier cosa que se nos pasase por la cabeza, discutíamos frenéticamente y siquiera respetabamos las liturgias católicas, se trataba de conversar acerca de naderías o reflexionar acerca de los origenes de la vida, cualquier cosa antes que permitir al viento susurrarnos en el oido, desde luego que no falló el dialogo, para que luego digan esos psicólogos de mierda del tres al cuarto.
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El inesperado sosiego fue interrumpido por la aparición de Mónica en El Delicias, una de las innumerables amigas íntimas de La Rubia. La sonrrosada pelirroja venía a firmar el epílogo a nuestra historia de vino y rosas, su boca no cejaba de escupir palabras que en aquellos momentos para mi carecían de trascendencia, y de tenerla, tampoco me hubiera importado cualesquiera que tuviese, solo era capaz de concentrarme en esos ojos azules que un día habían sido míos y que ahora no me miraban con la pasión de antaño: Ruth se me había escapado y por si no fuera poco, la recién llegada me infringía la paliza del mancillado. Cuando abordó el recurrente tema de Ricardo, su novio acólito, un simple Kalasnikov confundido en el paraguero del bar hubiese bastado para que la emprendiese a tiros con esa chica de exageradas proporciones y de caderas improbables, que me estaba dando la murga con ese tipejo de culo estrecho y aires de marqués. Poco a poco fue llegando el resto de la banda, elevándose en consecuencia el nivel de hercios hasta hacerse insoportable el ruido, momento en el que opté por levantarme y despedirme con un simple agur, lo único que se me ocurrió antes de dejar atrás tres años de pasión, fé recuperada y nuevamente extraviada, de vivir para ver, conocer, sentir y amar a Ruth, la eterna adolescente que me racionaba sus besos y caricias, pero que me hizo encontrar más próximo a la felicidad de lo que había estado nunca. La miré esperando un milagro, nada sucedió, claro estaba que uno de los dos ya no quería al otro, y ese, no era yo.
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Conduje mi Vespino hasta la playa de Sabón, tan lejos como podía ir sin arriesgarme a vaciar el depósito de gasolina en el camino de vuelta. Al lado del arenal se erige el legañoso garito al que solía acudir junto a mis amigos durante esas desenfrenadas noches veraniegas, esas en las que nuestras ansias entraban en serio conflicto con la parquedad de nuestros bolsillos. Por el módico precio de mil pesetas, el dueño nos proporcionaba entonces setenta centrilitos de un excelente whisky llamado Mag-5 . Esa noche me vino que ni pintada una oferta tan sugerente, bebí hasta la extenuación, buscando un coma etílico que facilitase mi transición hacia al otro mundo mientras repasaba la película de nuestra vida en común, desde que nos conocimos en aquella fiesta en casa de Quique, hasta los últimos instantes en la cafetería de Cuatro Caminos, unas horas antes. Aquella maldita fiesta. Entre la mediocridad que me rodeaba, una desconocida con botas militares parecía escaparse de tanto servilismo social. Precisamente fue su calzado lo que despertó mi interés, me hizo recordar aquella historia familiar, la de mi tía política, que no se las quitaba ni para dormir en su etapa universitaria en Santiago de Compostela, haciendo gala de una educación republicana en el seno de un clan burgués de facto. Cuando ella y mi tío Luis se enamoraron, se la presentó a la parentela, desconcertando con su aspecto tan desgarbado e indolente con la estética a aquellas mentes rebosantes de prejuicios, que la habían concebido ataviada de Antonio Pernas o incluso de Gianni Versace, jamás con un poncho de varias manos comprado en el restrillo de Ciudad Juárez...Recuerdos, solo recuerdos intangibles y sediciosas ideas me desarbolaban entre vaso y vaso de agua de fuego.
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Terminado el infecto brebaje, el sol comenzó a insinuarse con sus primeros rayos y para evitarle preocupaciones a mi madre, que no a mi padre acostumbrado hace años a mis desmanes, emprendí el camino de vuelta a casa como buenamente pude, el firme no lo era tanto y La Poderosa se tambaleaba, no sin varios sustos durante el trayecto, conseguí alcanzar el hogar, vencer a la cerradura y alojarme entre las sábanas, pero al acostarme, una honda sensación de soledad me sobrevino en el no menos desguarnecido catre, que aquella madrugada ya mañana, íba a soportar uno de los lamentos más patéticos de toda mi vida, cuando el alma comenzó a dolerme como nunca lo había hecho.



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