No sé nada de Ruth: VII. WALK ON A WILD SIDE


A Quique, el único escritor que conozco, y a Valmont, amigo y compinche de embustes.

Finalizados los innecesarios preliminares jamás iniciados, guardemos la pólvora a buen recaudo, en este bendito país al Norte de la Madrileñísima la humedad cala los huesos y malbarata lo inconsistente, superfluo y sumamente redundante, aunque de entre los delirios de este fósil rebrote de vez en cuando alguna tormentosa recapitulación, que bien actúa descansando entre los restos de la mugre, entreverada entre los residuos no orgánicos, porque de tal naturaleza es su repulsiva esencia y su tendencia natural, el eterno retorno a origen, vil, corrupto, despreciable y nauseabundo. Pero dejemos de lado la poética y abandonémonos sin profilaxis a la cruel honestidad, reconozcamos que ciertas horas son para encontrarse solo bebiendo mezcal, magnífica alternativa a la recua de pérfidos ególatras viscosos que solo ansían nuestra compañía en un fútil intento de esquivar el abandono, alejados del deseo de nuestra paciencia, comprensión y siempre muy incierta sabiduría. Asumamos pues, que cierta parte de uno anhela la monotonía, rigurosas pautas que desvelen el tamaño de nuestro enemigo y la intensidad de nuestro esfuerzo, la aventura vació todas sus energías aquella noche en la que despedimos al cadáver de la estupidez en aquel panteón de las causas prohibidas, donde se pudren tus huesos y marchitan tus únicas flores de homenaje, las de tu sepelio. Seamos rectos pues, desnudemos nuestra alma acatando que mantenemos ciertas dudas acerca de la imagen que nos devuelve el espejo, la de ese desconocido que nos recuerda vagamente a uno mismo en otra época, mucho más joven, más enérgico pero tan airado como siempre, al fin y al cabo nos hace recordar el lobo que algunos llevamos dentro, pero que felizmente se encuentra a buen recaudo…Hecha esta aclaración, prosigamos con el triste cuento.


A finales de los años sesenta Estados Unidos envía tropas al remoto pais del Vietnam. El objetivo no es otro que mantener su poder de influencia en el sureste asiático. Miles de jóvenes de todos los estados integrantes del país-continente son reclutados y enviados a luchar a un lugar tan remoto como agreste. Este hecho produce una fuerte conmoción social, no solo porque intervenir en un conflicto bélico vaya a suponer una importante merma de efectivos humanos, tiempo hacía ya que algo olía a podrido en el seno de la mal denominada democracia americana, la libertad que vendían como estandarte solo era el placebo con el que entretener las mentes de los individuos para poder manejarlos y perpetuar un cínico e irresponsable sistema político-social. Surgen los hippies, jóvenes de alto estatus hastiados de un modelo déspota y dictatorial creado por sus masónicos progenitores, y abandonan las piscinas de Beverly Hills para hacer la revolución, que palabra tan preciosa. Sus armas, las flores y las palabras, el LSD y el amor libre, sus consignas. El fenómeno hippie nace y fracasa en la costa Este, los que entonces se lanzaron a las calles como réplica justa a una imposición discriminatoria y deliberada, hoy solo las visitan en lujosas limousines guiadas por negros sureños ataviados con impecables uniformes de chofer. El espíritu de Woodstock rápidamente fue olvidado, pero es justo y necesario reconocer que de no mediar ese motín, es posible que el pais del Tío Sam no abandonase la conflagración del Vietnam hasta conseguir salir vencedor de la misma, aunque apenas nada cambió en la estructura, la hipócrita doble moral prosiguió perpetuándose en Norteamérica y la revolución fracasó estrepitosamente.

Sin embargo, no todo fueron los hippies. En Nueva York se desarrolló otra línea crítica, si cabe mucho más realista y sin duda, mucho más creativa, The new wave, "La nueva ola", que poco o nada tuvo que ver con aquellos y su modo de observar y diseccionar los acontecimientos. The Velvet Underground, "El Terciopelo Subterráneo”, fue el máximo estandarte de aquella nueva tendencia. Apadrinados por el padre del Pop-Art, Andy Warhol y con Lou Reed acaudillando la vanguardia artística alejada de las frívolas cintas y florecillas, nació una lírica que cortejaba a la oscuridad y mediante el pesimismo, clamó a voz en grito por un verdadero New Deal, una consternación que se identificaba con una dolorosa y trágica autenticidad que atenazaba a sus creadores. Lou además, detestaba a los hippies: Mientras éstos trasladaban mensajes de amor y concordia, increpaba a una sociedad dormida para que reaccionase y disipase sus miedos y prejuicios. El movimiento hippie suponía para él un paso adelante en la evolución de una estructura demacrada, tal vez, una reacción coyuntural ante un acontecimiento aislado como una guerra, pero carente de vigor y la inteligencia necesaria como para tratar de concienciar a la sociedad norteamericana del calado de sus problemas. El Vietnam y el fenómeno hippie habían crecido juntos de la mano, pero la rebeldía propuesta era inestable, sobre todo, sin perspectivas de futuro por su inconsistencia de origen, el modo de vida propuesto por aquellos jóvenes de realengo acomodado languideció producto de la negación de su propia naturaleza, pretender que el ser humano no fuese egoista e interesado sin duda, fue partir desde una premisa errónea o cuanto menos muy ilusa.

Por otra parte, Reed, como la mayoría de los jóvenes del momento, no permaneció ajeno a las drogas y al alcohol, por ello, la moralista sociedad que lo oprimía no se demoró en ensuciar su poesía mixturándola con la privacidad y el corrupto papel couché, fuente inagotable de ingresos a muy bajo coste económico e intelectual. La sociedad capitalista desarrolla mecanismos autoprotectores frente a ideas o individuos que atentan contra su estabilidad y pervivencia, vivir en el lado salvaje tan al margen de valores tan clásicos como absurdos, resulta intolerable para la trasnochados pilares de las sociedades aparentemente desarrolladas. Así fue, El cuarto poder se reveló como el instrumento idóneo para mostrar a Reed como un ser enviciado y perverso logrando distraer la atención de las mentes más sumisas, adoradoras de una jerarquía aceptada y jamás cuestionada. Se trataba a toda costa de lograr que sus mensajes de advertencia resultasen a los ojos de los necios, encargos de un pobre yonqui desvariando para evitar el calado del mensaje. Ese papel de estrella de rock sumamente sombrío y aterrador llegó a apasionar a Lou, que decidió meterse en la piel de ese personaje que la prensa había creado para él. Algo similar me sucedió en aquellos años tan destructivos, había creado un héroe por el que sentía fascinación y me dominaba el lado siniestro de ese comediante que antes había atrapado a Reed y tantos otros. El Lobo dirigía mis acciones y no podía dominarlo, me encontraba en un punto sin retorno, todo lo que hacía parecía irremediable y me estaba dejando cortejar por el lado salvaje: Walk on a wild side.

Amagué con incorporarme sin llegar a conseguirlo. Mi cerebro envió la orden al resto del cuerpo que hizo caso omiso a los estímulos eléctricos del lúcido órgano, se encontraba más allá del dolor, en ese purgatorio físico en que la fatiga se encuentra tan arraigada que notamos cada centímetro de piel y los latidos de nuestro corazón ahogándose sin necesidad de tomarnos el pulso. Comprobada la minusvalía, continué reposando entre las horribles sábanas de franela naranja con las que mi madre me había obsequiado en mi último cumpleaños para que no pasara frío durante el Invierno. Recapitulé sobre lo sucedido en el primer fin de semana del mes de Noviembre. Los acontecimientos se sucedían tan precipitadamente que apenas disponía de tiempo para estudiarlos, apenas unos breves soplos en cada despertar: En cuarenta y ocho horas había agarrado dos borracheras homéricas, como comúnmente suele decirse, ido de putas, conocido a dos profesionales del ramo e incluso besado a una de ellas, con la que me había citado ese Domingo que tan agotado me apreciaba, extraordinario, me estaba cubriendo de gloria. No cabía duda de que me estaba engarzando en la mismísima boca del lobo, en un mundo tan desconocido para mi como peligroso, del que insisto, era un total apócrifo. Discernía como había llegado a tal extremo, pero lo que me preocupaba en aquellos momentos era encontrar la salida de emergencia, mi instinto dirigía cada uno de mis pasos y derogaba las sabias recomendaciones de mi poco común sentido común, valga la redundancia. La oscuridad me atraía sin remedio, me sentía realmente bien experimentando en ese nuevo mundo. No cabía marcha atrás, cuando los huesos dejasen de dolerme me levantaría a comer algo, tomaría un baño y cogería las llaves de la moto para ver a Mar.

Por segundo día consecutivo me tocó almorzar solo, natural considerando que eran más de las siete de la tarde. Las albóndigas que habían sobrado del almuerzo eran nauseabundas, no había otro calificativo con el que adjetivarlas con mayor fidelidad. Un bocadillo de chorizo de Pamplona sació mi insuficiente apetito y tras un baño reparador, saqué la moto del garaje, pero como no me gusta ir a casa de nadie sin al menos como los recién nacidos, llevar una barra de pan bajo el brazo, me detuve a recolectar víveres en la Estación de servicio de Las. Una botella de Jack Daniels le pareció excesiva a mi bolsillo, que sin embargo rechazó adquirir cualquier whisky venenoso, un Johny Walker no estaba nada mal, bueno, bonito, barato. Realizada la compra conduje hasta el chalet sin apresurarme, de seguro la morena de rasgados ojos había aprovechado el día para recuperarse de la copiosa faena de toda la semana y era muy posible que todavía se encontrase recuperando fuerzas durmiendo. Aparqué justo frente a la casa donde había abandonado a la princesa unas horas antes, saqué el fardo del compartimiento de la Vespino y llamé al interfono. Salomé, con la voz evidentemente quebrada me saludó y acto seguido abrió la puerta.

El chalet resultaba engañoso desde el exterior, generaba ilusorias impresiones sobre su dimensión. Aparentaba ser muy espacioso y amplio, pero la realidad era bien distinta. El interior se componía de un atrio principal, con el que comunicaban las restantes partes del inmueble, un par de minúsculas habitaciones, el no menos diminuto fogón y el cuarto de aseo liliputiense. Al menos era acogedora valoré, supongo que es lo verdaderamente importante de un hogar por improvisado y puntal que sea. En uno de los sillones del salón yacía tumbada Salomé, luciendo unas de esas batas orientales con motivos japoneses bordados en ambas mangas de la túnica malva que la ceñía. Algo en ella despertó mi interés, algo difícilmente explicable. Su belleza se manifestaba ajada contemplada a la luz del día, su rostro aniñado se presentaba repleto de años, marchito y mustio de lustros, la carne de sus brazos pendía menopáusica y la dudosa valoración de edad que le había atribuido, despejaba la duda de cualquier atisbo de juventud. Lolita semejaba ser una criatura expresamente creada para morar en la noche, la reina del Pireo solo gobernaba bajo las tinieblas de la nocturndad de los perdidos y desesperados, en su monarquía de derrota y desolación.

- ¿Qué tal Christian?- se interesó Salomé zarandeando la Cobreiroá que pendía de su mano izquierda-¿Y tu amigo El Largo?
- ¡Ehmm!- Titubeé todavía inmerso en mi hallazgo.- No lo sé, no hemos hablado hoy.
- Bueno, ya aparecerá, siempre lo hace.
- ¿Y Mar?
- Ha ido a comer una hamburguesa, no tardará. ¿Qué traes en esa bolsa?
- Una botella de whisky.
- ¡Olé!, pues no pierdas más el tiempo y vete a la cocina a por un par de vasos con hielo- Sugirió Salomé incorporándose-
- Entiendo pero, ¿Donde está la cocina?
- Como los baños de los tugurios, al fondo y a la derecha.- sus deseos se convirtieron en órdenes para mí.-

Acerté a la primera con el bargueño que atesoraba los recipientes de vidrio y sin mayor retardo, rebosando los vasos por los cubos de hielo para suavizar los efectos del Walker, regresé al salón para paladearlo y poco rato después, se unió Mar al improvisado festejo. Desde el momento justo de su aparición pude percibir que despedía un asfixiante aroma a colonia barata de efectos casi tan turbadores como, salvando las enormes distancias, los del vinagracho del Villa, pero a ella se le perdonaba faltaría más. La tentadora morena, distraída, recostó el bolso sobre el cementerio de pitillos, seguramente deshilachados apropiadamente para consumir cannabis, que impedían una correcta visibilidad de la consola que los sustentaba, e ignoró intencionadamente mi presencia en el chalet de Santa Cristina. Antes de emitir vocablo, retomó el útil tratando de hallar un paquete de Lucky, su tabaco preferido, probablemente su específico predilecto. Una vez localizado, cruzando las piernas maliciosamente y concretada la primera calada, fijó sus descosidos ojos en mi, consciente de su más que evidente influencia sobre mi persona.

- Hola, ¿que tal has dormido? —se interesó.-
- Bien, me he levantado hace un rato...
- Se te nota en la cara, supongo que además estarás resacoso - sentenció mientras sus dedos acercaban el cigarro que sostenían para ser humedecido por sus labios.
- Es evidente.
-Bueno…Ponme otra copa para acompañaros.
- Ya era hora de que dejaras de estar tan brusca. – Le reproché- No hizo comentario alguno a mi apreciación.

Apuramos la botella al compás de que las chicas me iban revelando claves de subsistencia cargadas de desapego. Su vida ni era ni había sido demasiado radiante como para custodiar algo de ilusión en sus corazones. Salomé llevaba doce anos en la profesión, desde recién cumplidos los diecinueve, tras haber dado a luz un hijo no reconocido y haber sido lapidada por ello en el hogar familiar por un progenitor tan severo como enfermo, una bestia que propinaba palizas a sus hijos siempre que estaban en desacuerdo con sus designios, terribles éstos para las féminas, que debían consentir cuando al malnacido le viniese en gana. No sé hasta que punto la historia de Lolita era veraz, pero a juzgar por la multitud de cicatrices de su espalda, como nos mostró mientras relataba sus terribles recuerdos, no me hizo titubear a la hora de dar total credibilidad a sus palabras. Los padres de Mar, por su parte, eran alcohólicos, y pronto se vió obligada a trabajar para sacar adelante a sus hermanos menores. Comenzó limpiando casas por unas pocas perras, pero pronto le sonrió la fortuna encontrando ocupación en el aseo de portales y escaleras de comunidades de vecinos de cierta entidad, incluso alguna que otra urbanización de lujo. Precisamente fue en una de ellas donde Hugo se cruzo en su camino cierto día que sacaba lustre a la puerta principal. El condenado proxeneta le reveló las maravillas de la prostitución, de la gran cantidad de dinero que podría ganar efectuando el oficio más viejo y de la cantidad de ciudades que podría conocer ejerciendo. Deslumbrada a sus dieciséis anos escogió una vida que sopesaba más confortable y remunerada que limpiar y fregar suelos.

Tras las confesiones, me quedé mudo. No me acudían las palabras como habituaban. Me parecía absurdo e irreverente narrarles cualquier suceso vivido que no les pareciese irrisorio en comparación con sus vivencias, está claro que los ricos también lloran, pero ante tal panorama tan sórdido y desalentador, creo que opté por la postura idónea, callar antes de meter la pata. Sin embargo para mi alivio, fue Mar quien se interesó por adentrarse en mi asentada vida realizándome un inesperado exhorto:

- Háblanos de esa chica.
- ¿Qué queréis que os cuente?-Pregunté una vez superada la conmoción inicial-
- Como es… -Se intereso Salomé rellenando los vasos con otra dosis de escocés.-
- Fue un error infantil salir con ella, si tuviese la experiencia que tengo ahora mismo ni se me ocurriría. Ella solo se encapricha de las cosas y personas, pero es incapaz de encariñarse con nada ni nadie. Es un vampiro, te chupa la sangre hasta saciar su apetito y luego, te deja tirado. Primero se muestra fascinada por todo lo de uno y una vez lo conoce, se cansa y busca otra persona con la que conseguir su dosis. Creedme, es un monstruo.
- Mucha gente es como ella.- afirmó Mar.-
- Espero que no…
- ¿Se llamaba Ruth?- pregunto Salomé-
- Sí, ¿por qué?
- No lo sé, me suena ese nombre.

Tratando de romper la vorágine pesimista en la que estábamos inmersos, Salomé comenzó a contar chistes de meretrices, lo cual en un primer momento me violentó, pero a medida que su gracejo andaluz me iba haciendo reir, me hizo sentir más relajado, si a ella no le importaba porque tendría que hacerlo a mí. Tras unas cuantas carcajadas la botella de Johny Walker orfanó de contenido, justo cuando el timbre de la puerta comenzó a sonar. Era Iker, el inevitable y entrañable Largo.

Mi amigo portaba todo un cargamento de cervezas, nada menos que cincuenta y seis botes de Rubia de importación holandesa, escondidos en una bolsa del polvo industrial a modo de Papá Noel sobre su hombro. Nos dejo atónitos como sabía que conseguiría de antemano, de ahí su sonrisa de oreja a oreja al comprobar nuestras caras de estupefacción.

- ¡Pero mira que eres salvaje! – Protesté ilusionado.-
- Ya, pero seguro que no sobra una…
- Pero hombre, ¿Como se te ha ocurrido traer tal cantidad?
- Hoy me he levantado con la sensación de ayer no haber bebido lo suficiente.

Aprovechamos el surtido neerlandés para acompanar la emocionante partida de Parchís que tan insistentemente había propuesto Salomé disputar. Mientras las fichas rojas de Iker devastaban todo circulo cuanto se ponía a su alcance, contemplaba detalladamente a Mar, hasta que experimenté la misma sensación que poco antes había advertido en su compañera, el día desmejoraba notablemente su aspecto hasta extremos sumamente sorprendentes, la belleza de las chicas era efectivamente nocturna, eran criaturas de las tinieblas, seres opacos ante la tenue claridad, pero transparentes al derroche solar. Nunca olvidaré el grotesco descubrimiento hecho ese día, ni por mucha imaginación que dicen que tengo podría haber llegado a concebir algo semejante.

Por fin, la noche abrazó Santa Cristina cubriendo con su negro manto los chalets de la zona turística. En el interior de la vivienda de nuestras amigas, la lámpara acristalada del salón ganó en esplendor al surgir la necesidad de encender los focos y de igual forma los rostros asombrosamente quebrados de Mar y Salomé, retomando su hermosura, idéntica o mayor a la de las dos noches anteriores. Tampoco lker y yo permanecimos al margen de crisis, el alcohol una vez más, empezaba a acunarnos con cuidadoso cariño y nuestra faz, dejaba entrever una usual y artificial felicidad. Sobre todo yo acusaba el exceso, ya que aventajaba en unos cuantos whiskys a mi amigo. Mar, también borracha, apoyó su cabeza sobre mis piernas y así logró extenderse horizontalmente en el sillón, y entonces cuando sufrí la segunda metamorfosis del día, empecé a sentirme como una estrella del rock. Allí estaba yo, bebido junto a dos prostitutas a punto de cometer atrocidades, deleitándome con el papel asignado, pese a sentirme sucio y despreciable, acaso ¿de que mejor forma podía hostigar a una sociedad que me incomodaba que resultándole detestable? Adoraba el papel de los últimos días, distante de ser el maldito servidor de Ruth, princesa de los infiernos. Me convertía en una persona que no era, pero me seducía la idea de vivir en la piel de ese dignatario, porque el que me habían adjudicado, había transcurrido por el mundo con más pena que gloria.

Cogí de la mano a Mar y le indiqué que me acompañara a su habitación, sonrió y besó mis labios como solo ella antes había hecho, a fin de cuentas, sabía hacer bien su trabajo. Ni las risas infantiles de lker y Salomé hicieron que desistiera en mis propósitos, íba a comprobar como se follaba con una puta. Profanamos sus aposentos.

La cama no se trataba precisamente de un vulgar catre, ocupaba la estancia al menos en sus tres cuartas partes, de todos modos, me preocupaba más bien poco el espacio, la confortabilidad no alteraría en ninguna manera el resultado final, no saldría del cuarto sin realizar lo que había venido a hacer y tampoco pensaba quedarme a vivir allí toda la vida. La tomé en mis brazos y ella se escurrió para rodear mi cintura con sus piernas y debido al exceso de alcohol en las venas, caímos desplomados encima del colchón, la casualidad quiso añadir un elemento erótico más. A medida que la desvestía la concepción de mi mismo se hizo más terrible y devastadora, me encantaba liberarme de Christian, el pobre imbécil al que una déspota sin sentimientos había dejado para el arrastre. Retozamos bajo las sabanas durante horas poseido por una furia diabólica que gobernaba mis actos, era una bestia salvaje descontrolada y el rencor acumulado durante los últimos meses lo estaba proyectando en Mar, inocente a todas luces de cualquier culpa de mi desgracia. Exhausta, llegó un momento en el que me anunció que no podía dar mas de si, logré dominarme y más sosegado, reposé junto a la pobre chica sin tocarla, que contrariamente a lo que se pudiera pensar, no mostró disgusto alguno por mi actitud tan poco inspirada.

- ¿Llevabas mucho tiempo sin hacerlo, verdad?- preguntó Mar encendiendo uno de mis Chester
-Pues sí.
- La próxima vez estarás más relajado.
- Perdona…
- No te disculpes, me ha encantado.
- ¿Estás segura?
- Por supuesto, soy una profesional.- No lo dudaba, tampoco que su mentiras me decían tanto como sus verdades-

Después de un buen rato contemplando el techo necesitado de una o dos manos de pintura, me quedé dormido, estaba cansado como un mulo después de un día tan agotador. A eso de las cuatro y medía acudió Iker a despertarme a la alcoba. Mientras Mar y yo hacíamos el amor él y Salomé habían dado cuenta de la mayor parte de la cebada de Flandes. Quería marcharse y traté sin éxito de despedirme de la chica con la que compartía cama, pero su sueño era tan profundo que me resultó imposible. La besé en la mejilla, me vestí, y salí del habitáculo acompañado por mi amigo. Salomé no acudió a despedimos lo cual me extrañó, pero no hice preguntas, la parquedad en palabras del Largo aconsejaba un prudente y respetuoso silencio.


No sé nada de Ruth: VI. EN RUTA.



A Iván El Puma, por aquello y aquella botella de whisky que nos cobramos en El Boquetillo de la bendita Fuengirola. Supongo que el tiempo te habrá hecho olvidar ambas canalladas. En cualquier caso, sirva esta dedicatoria como enésima súplica de disculpas.


Desperté cuando mi hermana Laura entró en mi habitación para recoger su discman olvidado en el buró. Abrí los ojos al percibir el inevitable susurro provocado por la búsqueda a tientas y a ciegas del reproductor. A continuación tosí, y por el rumor de mis bronquios tabicados, la pequeña pudo presentir que el inquilino decadente de la casa se encontraba ya, desperezándose a golpes de pulmón. Me miró esbozando una sonrisa y me deseó las buenas tardes.

- ¿Pero qué hora es?- Le inquirí sacudido- Laurita repitió el gesto afectuoso y abandonó el cuarto sin decir palabra. Apresurado, eché un vistazo el carillón y pude evidenciar que era más bien, la hora de la merendar, me aguardaba la sutil ironía de mi madre cuando plantase los sudarios. Afortunadamente y para mayor sorpresa, no había ni una leve sombra de una marea traicionera ni un díscolo e inoportuno dolor de cabeza, por lo que sin perder más tiempo me levanté y alivié la vejiga durante un par de minutos, efectos colaterales de una frenética madrugada. Después dirigí mis pasos hacia la sala, donde pude comprobar que mis padres habían salido. Me deleitó saber que evitaría las tradicionales monsergas de que vas a acabar mal, llevas una vida de crápula, sales todos los días y toda esa clase de frases hechas que los hijos escuchan cuando se saltan el Rosario. Irredento en la contrición, no perdí un segundo más y llamé a Iker, que también parecía hallarse en buenas condiciones, hasta el punto de que había sido más rápido que yo y esas alturas de la resaca ya se había citado con Roberto para tomar unas cervezas. ¡Fantástico, otra vez juntos los tres!


Roberto es un tipo estupendo, un inmenso San Bernardo con un gran fondo. Ser su amigo supone todo un episodio, jamás te aburres un solo instante en su compañía, puedes hablar de cualquier cosa durante horas sin perder interés por el argumento de la charla, sus deliberaciones resultan siempre sugestivas e igualmente, su comicidad no conoce límites, detenta un humor rara avis repleto de malicia pero siempre cuidadoso con los demás, a los que nunca hiere con sus comentarios. Roberto asimismo, es un amigo de los de siempre, de los pocos que me quedan, sobre todo de esa época extraordinariamente revuelta que me ha tocado vivir o que elegí vivirla voluntariamente para mi suerte o desgracia.


Aún restaban un par de horas para nuestro encuentro, pero precisaba salir de casa imperiosamente, desde aquel no tan lejano mes de Septiembre en el que había puesto fin a mi confinamiento, apenas era capaz de permanecer más de cinco minutos en mea reques sin experimentar reacciones claustrofóbicas. Resolví bajando a dar un paseo por la playa del Orzán, en la que durante mi infancia solía ir a calarme con Tío Luis todos los veranos. Chapoteaba durante horas hasta que mi piel se plisaba de tal forma que apenas gozaba de sensibilidad en los extremos de mis manos. Disfrutaba desairando a las olas que terminaban por envolver mi pequeño cuerpo, liberándolo de pueril adrenalina. Al cumplir los quince abandoné las abluciones, las ondas marinas pasaron a ser un motivo de sugestiva contemplación y el sol veraniego canicular fue sustituido por la envergadura de la Luna de Julio y Agosto. Junto a mis aliados, intercambiaba inquietudes alrededor de una pequeña e improvisada fogata enamorándonos del devenir del Océano Atlántico, siempre acompañados por una manida guitarra española en la que trastear legendarias canciones a ritmo de sinuosos acordes prohibidos. Por su parte, los más pícaros se recreaban en la armonía y otros encantos ofertados por la vida, particularmente los de cualquier joven previamente persuadida a acompañarles al coso, regalándole toda clase de mentiras maravillosas para dar rienda suelta a sus más primitivos y lascivos instintos, fácilmente disculpables por la candidez. Años después tomó el relevo Sabón, pero aquello ya no fue lo mismo, ni estábamos todos, ni los que estábamos, éramos los mismos, el legado del Orzán era irrepetible.

Por el tan entrañable arenal paseé como un nómada, hasta que cargado de tanto caminar, decidí tomar un tregua sentándome en una de las vetas reveladas por la bajamar. Encendí un Chester y tras la primera bocanada letal, comencé a toser convulsivamente, se trataba del primer cigarro de un día marcado por una tormentosa noche que lo había precedido. Como otras tantas veces, prometí que sería el último y como otras tantas veces, mentí execrablemente, continuando mi discurrir displicente saboreando los efluvios de muerte mientras recapacitaba sobre todo lo sucedido en El Pireo hacía unas horas, en particular, mis pensamientos se dirigían a Mar, la cobriza que había soportado mis simplezas con una caridad encomiable. Sentía la necesidad de volver a verla y no encontraba explicación legítima para ello, tal vez porque se trataba de la primera mujer por la que me había sentido atraido desde Ruth. Es posible que solo fuera eso, mejor que solo fuera eso, ni por un momento me hubiese gustado imaginar otra cosa que no fuera eso, al menos por aquel entonces, paseando por el Orzán. Cuando una nueva oleada cancerígena se alojó por completo en mis pulmones, arrojé violentamente la chicharra sobre la arena tratando de expresar mi malestar por la adicción que pronto o más tarde acabará por matarme y un individuo de aspecto estirado que paseaba junto a su perro, advirtió la tan poco afortunada acción.

- ¿Qué chaval, haces lo mismo en tu casa? – Me recriminó-
- ¡No, pero si quieres lo hago en la tuya!-Pasé al ataque-
- ¡Qué chulo eres!!Vaya educación! - No cabía duda de que mi contestación le había increpado, que en el fondo, era lo que buscaba-
- ¡Mira imbécil, para que no quepa duda que soy un maleducado, te voy a dar una bolsita para que recojas la mierda que va dejando por ahí ese perro faldero con el que paseas, gilipoyas! – Protesté-

El arrollado hombrecillo gesticuló con la cabeza como si quisiera apuntarme algo así como que me eximía de la incorrección al valorarme privado de sentido alguno, aunque también es probable que el improvisado aspirante a Nazareno careciera de alguna bolsa en el que depositar los excrementos del can, pasando página por ello, quien sabe, de todos modos recogí la colilla valorando que la razón asistía a aquel sujeto patético y mi acto vandálico no hallaba coartada en la posible descomposición de aquel pobre chucho. Tras corregir el desliz, observé que mi reloj seguía marcando las siete menos cuarto como hacía un rato y por ello busqué algún signo de vida a mi alrededor tratando de que un reloj más o menos certero me pusiese en hora, solo hallando a mi pesar, en la lejanía, la triste silueta de mi antagonista pendenciero y la de su podenco. Deseché acercarme a que me sacara de dudas y abandoné la playa. Ya en el Paseo Marítimo, un señor de mediana edad con un ridículo gorrito estampado, muy amablemente me informó de que excedían cinco minutos de las ocho en punto, disponía de casi media hora para recorrer la exigua distancia que me separaba del Villa, tiempo suficiente que me hizo decidir detenerme a tomar un café en cualquier sitio encontrado al azar. Seguí el sendero propuesto por el itinerario hacia las Plañideras, confluyendo con Rubine, donde consideré oportuno acceder a de las múltiples cafeterías de la corredera, y precisamente la elegida tuvo que ser el Boulevard.

El Delicias fue testigo del ultimo trago con Ruth pero el Boulevard, evocaba recuerdos más dolorosos si cabe que el de de Cuatro Caminos, allí solíamos citarnos. La Rubia residía en Ciudad Jardín, en una fastuosa mansión de tres plantas, con unas impagables vistas a la tan mentada Playa de Riazor. Su familia, de las mas acaudaladas de la urbe, rechazó la incomodidad de otra zona más lumpen como Juan Florez para buscar acomodo en la serenidad de la pomposa zona residencial. Por lo que a mi respecta, respiraba en Zalaeta, por lo que para encontrarnos buscamos un lugar entreacto, el indicado Boulevard de Rubine. Mala idea la de un nuevo Retorno a Brideshead, Ruth nunca fue tanta Ruth como en el Boulevard, a solas, me reverenciaba hinchiéndome de cariño, colmándome de esas difíciles caricias y seleccionados besos. Solos como nos encontrábamos siempre en el Boulevard, lejos de los garfios de sus extorsionadoras amistades, nos sobraba el resto del mundo y su manojo de maravillas. Libre de tener que demostrar a nuestra pandilla su dureza forjada en La Fragua de Vulcano, se mostraba como una criatura sensible, necesitada de dar y recibir, fácil de dañar, alejada de su saña y mordacidad publica. No consigo entender tal metamorfosis kafkiana, a solas, La Rubia parecía quererme incondicionalmente, me definía como a un ser excepcional del que no quería desprenderse y que por la forma en que por momentos me trataba, temía que algún día arrojase la toalla abandonándola a su suerte. Allí en el Boulevard, volvía a enamorarme, rescataba la esperanza de que todo nos iría bien, de que cualquier obstáculo que se nos presentase, lo derribaríamos juntos. En el Boulevard, Ruth me engañaba, solo quería mantenerme a su lado porque disfrutaba de lo que le daba cuando lo necesitaba, pero tardé mas de la cuenta en percatarme de ello y de que lo vivido en El Boulevard no era más que un burdo reclamo, nada más, a mi pesar.

Traté de ingerir el repugnante brebaje mal vendido como café lo más rápido que pude. El mamarracho del camarero hizo caso omiso al ruego de que lo combinase con leche del tiempo, y cada sorbo apresurado enardecía mi paladar, abrasándose por el descuido del condenado camareta. De repente perdí el control sobre mis emociones, volvía a encontrarme cautivo de las desvencijadas paredes del local, guardianas de demasiada historia como para poder obviarla. Dejé a medias el café, pagué y me marché, no podía soportarlo un segundo más, necesitaba respirar aire puro y no el viciado de nostalgia que transitaba en el maldito Boulevard. Medio congestionado alcancé la Plaza de Pontevedra y allí aproveché el agua de una fuente para mojar mi melena, lavarme la cara y humedecer la sien, eso me ayudó a relajarme un tanto, ¿que importancia tenía lo vivido? Las cosas son como son y no como nos gustarían que hubiesen sido, Ruth retornaba a mis ojos como la cruel bruja que me había hecho la vida inadmisible y la coexistencia en el Boulevard o en cualquier otro horrible lugar, una inmensa y repugnante mentira.

Encendí un pitillo y busqué la redención en El Santuario, nuestro querido Villa. En apenas un abrir y cerrar de ojos me encontraba alistándome en el bar de culto donde ya aguardaba Roberto, laborando su rollizo organismo con un grasiento bocadillo de chipirones. El muy glotón es capaz de embutirse cualquier alimento por las fauces, incluso las inciertas delicatessen preparadas por Blanca. Sorprendido en pleno banquete, parecía deleitarse cada vez que sus mandíbulas se separaban para trinchar bocado y sus ojos, desorbitarse acompasando el goloso protocolo, generando el efecto de que el pobre hombre acababa de poner fin a una duradera huelga de hambre. Su orgía gastronómica solo se detuvo cuando se percató de mi presencia. Plantó el pan con cefalópodo en la escudilla y acudió presto a acogerme. Como un oso a su presa me apretujó contra sus carnes con tal ímpetu que escuché el crujido de mis costillas entre sus poderosos brazos.

- ¡Pequeño gran Manitú, hacer muchas lunas que no ver, desde la gran caza del búfalo!¿Estar bien? –Inquirió Rober- Hombre blanco tratar mal, ser traicionero, gran jefe Honehoi Tunai advertirte, pero Pequeño gran hombre testarudo como mula y no hacer caso- Prosiguió el improvisado Sitting Bull- ¡Blanca, servir agua de fuego a guerreros, hacer muchas lunas que no ver: Primero beber juntos y después fumar pipa del reencuentra para bailar danza de la birra!
-¡Hey, whisky no!- Protesté alarmado- ¡Es demasiado pronto!-Añadí-
- Pequeño gran Manitú cerrar boca, gran jefe Honehoi Tunai ha hablado, no discutir!
-¡Venga dos Ballantines!- si no puedes con ellos únete, pensé-

La descomunal Blanca puso en mi poder el agua de fuego y nos sentamos en una de las mesas situadas hacia el fondo del establecimiento para disfrutar de una mayor intimidad. Roberto extrajo de su bolsillo uno de sus paquetes de Partagás y siquiera la desaprobacion reiterada y manifiesta por la contracción de todos los músculos de mi cara pudo evitar que respirara el aroma del pútrido y maloliente cigarrillo negro, francamente inmundo. Tras este preámbulo, se personó Iker, que una vez sentado junto a nosotros, entonó una ilustre tonadilla:

Dan las seis de la mañana
y yo sin poder dormir,
doy mil vueltas en mi cama
Solo pienso en ti
¿que he hecho yo?
Si estoy tan solo
Necesito hablar con alguien...


Se trataba de un viejo tema de los legendarios Burning, ¡Cuantas noches habíamos pervertido esa canción con nuestras infames versiones! El tiempo había convertido al tema a nuestros oidos, en todo un himno a la amistad por la cantidad de recuerdos que evocaba. Proseguimos entusiasmados el homenaje a Pepe Risi los tres a coro, hasta que Blanca recriminó nuestra actitud, razonando que no podía imaginar lo que haríamos cuando estuviésemos curdas, dado que todavía serenos, no éramos capaces de medir nuestro entusiasmo. Su recriminación fue justa.

- Está en lo cierto, dejemos la fiesta para mas tarde- trató de enfriar ánimos Roberto con su consabida sensatez- ya habrá tiempo de entonar cánticos.
- ¿Que, como te va todo?- preguntó El Largo al inmenso San Bernardo-
- Sigo sin poder darle caza al tipo que se esconde en mi nevera, ¡jodido tripero!
- ¡Ja, ja, ja.! -Iker y yo no pudimos atenazar las carcajadas-
- En realidad bien, el negocio prospera, mas justo sería decir que va viento en popa, y aunque este mal decirlo, gano pasta. Por cierto, ¡preparaos!, Mayte se va a Madrid un par de semanas, cuento con vosotros para hacerme compañía…

Roberto es un gran tipo, no solo por lo que ya he explicado, además, es valiente, pronto saboreó las hieles de la vida. Su padre falleció mientras cursábamos el COU y se vio obligado a abandonar los estudios para ocupar su puesto en el negocio familiar, el modesto comercio de ropa del que dependían todos los miembros del clan, Rober, su madre y sus dos hermanos que no alcanzaban la edad para emplearse o emanciparse. Este hecho cercenó sus expectativas de convertirse en arquitecto, vocación a la que tuvo que renunciar y por la que siempre suspiró. Supongo que resignarse a abandonar su sueño le hizo transfigurarse en un ser humano eminentemente pragmático y alejado a la fantasía que nos rodeaba a Iker y a mi en aquellos tiempos.

- En fin, hay que asumirlo- Reflexionó Iker en voz alta- no se puede dejar solo a un amigo, Es una causa justa no dejarle beber solo, eso será un acto tristísimo e irresponsable, no podemos permanecer impasibles ante la soledad del San Bernardo, ¿Qué va a hacer al salir del trabajo si no estamos nosotros para acompañarle y aconsejarle? De ningún modo, resignémonos Chris, nos aguarda medio mes muy intenso, pero nuestra noble cruzada seguro que obtendrá justa recompensa, la rueda de la fortuna de la que hablaba Boecio ha situado a nuestro querido Roberto en uno de esos indecentes ciclos descendentes, pero su decadencia se verá aminorada en compañía de unos de los personajes con más buen gusto de este mundo. Nuestros pecados se verán atenuados por nuestros actos cívicos y humanitarios como este mismo, y en el lejano día que crucemos el Valle de Josafat, esperemos que más tarde que temprano, el que ha de reputarnos bien sabrá que no debe azotarnos hasta perder el sentido, no como a esa necia de Myrna Mynkoff que en su ultima carta, descubierta casualmente por mi madre, mientras vigilaba el estado del Moscatel que cocinaba en el horno, llegó a leer, y por lo que supondréis se mostró congratulada por recibir noticias suyas, ya que siempre la vio como un buen partido para mi, la muy inepta, me alarmó al comunicarme que había conocido a un senegalés con problemas de raquitismo que se ganaba la vida vendiendo Hachís, el cual, según la muy indecente, parecía ser una persona sumamente interesante. Mi válvula pilórica se cerró al leer esto, creo que, definitivamente, la maldita Myrna Mynkoff va a violar a un pobre camello raquítico sodomita.-Iker tenía también sus momentos hilarantes, pocas eran las ocasiones en las que prodigaba esa faceta suya, pero cuando lo hacía, su mente engendraba parábolas que rozaban el surrealismo. En esta ocasión estaba emulando a lgnatius J.Relly, protagonista de la indispensable novela de John Kennedy Toole, La conjura de los necios. El tal Ignatius es un personaje atrapado por su visionaria concepción del mundo, lo cual le hace padecer toda clase de rocambolescas situaciones, roza sin alcanzarla, la completa neurosis.

Continuamos bromeando un buen rato, hasta que la perfecta simbiosis híbrida de cerveza y Ballantines nos sumió en ese estado cuasi místico en el que los argumentos se tornan trascendentes y los coloquios extraordinariamente profundos.

- Mira Christian, tú siempre has sido un tanto utopista, por eso haces esa diferenciación dentro del género humano: No existen algunos hombres buenos y otros malos, solo se es bueno por egoismo, para alcanzar algo, y los que denominas malos, lo son porque su talante estúpido deja traslucir sus actos perjudiciales. No te equivoques, el ser humano es egoista, y por el hecho de serlo, es imposible que cualquier acto de esos que calificas de bondadosos no esconda algún oscuro interés- Afirmó Iker en relación a una valoración anterior-
- O sea, ¿qué todos somos unos hijos de puta? Estás de coña… No sé tú, pero yo suele actuar conforme me gustaría se comportasen conmigo y créeme, no busco otra cosa que no sea sentirme bien conmigo mismo, no encierra ello nada oscuro como afirmas.-Traté de aclarar mi postura-
- Tal vez no me haya explicado correctamente, lo que quiero decir es que desde luego no todo el mundo se dedica a ir dañando a los demás a las claras, solo que cuando alguien realiza uno de esos actos bondadosos y se le reconoce, siente un incuestionable golpe de vanidad, le satisface el reconocimiento y eso no lo entiendo yo como altruismo, existe un interés subyacente y notoriamente egoísta.-Razonó Iker mientras se liaba un cigarrillo-
- Le das demasiadas vueltas a las cosas, buscas profundizar excesivamente en lo instintivo y si pisamos ese terreno, no podremos llegar a alguna conclusión consistente. El instinto es una cosa poco estudiada, salvo en lo referente a sexo, hambre, frío... No perdamos el tiempo, yo creo que sí existen personas buenas y malas, por la propia definición del genero humano sabemos que la diversidad es un rasgo inherente al mismo, por lo tanto, ¿por qué no ha de haber bondadosos y malvados? –Repliqué-
- Estáis dando vueltas sin ton ni son- Interrumpió Roberto- pasan los años y seguís igual, ignoráis la propia naturaleza en sí, no os das cuenta de lo que sucede a vuestro alrededor y por eso sois unos inadaptados. El equilbrio natural implica selección, y para formar parte de ella, en primera lugar hay que concretar la propia adaptación. Poco importa que os quejéis del entorno, por el mero hecho de estar disconforme eso no lo va a cambiar, por el hecho de intentar cambiarlo no necesariamente mudará. Debéis jugar con las cartas que os han tocado, e ir a más o a menos, en eso consiste ese gran Cabronazo que es la vida.
- No puedo vivir sin esperanza, que es lo que propones. La sola idea de que las cosas continúen siendo como son no va conmigo, no va conmigo el hecho de resignarme, para eso esta la superación, sino estaríamos listos, seríamos unos completos borregos.

Mientras lker hacía su particular tasación de las palabras de Roberto, mi cerebro iba por libre, tal vez al San Bernardo no le faltaba razón, pero al larguirucho tampoco, ¿sería posible una vida sin esperanza?, ¿Cómo soportarla? La espeluznante idea de adaptarse a la miseria humana me zarandeaba las tripas, yo uno de esos engominados impresentables o fumando porros con uno de esos demagogos de largos cabellos, no, decididamente no lo poda admitir.

Tras mariposear durante otras cuantas cervezas mas, abandonamos el Villa a la una de la madrugada, el hambre comenzaba a acuciar. Roberto propuso tomar unas tapas en la calle de la Franja e Iker y yo no pusimos trabas a la interesante idea del gigantesco San Bernardo, nuestro estómago sin lugar a dudas, nos lo agradecería. Nos detuvimos en La Viña, donde amén de la suculenta especialidad de la casa, los Tequeños, un compuesto de masa relleno de queso fundido, cocinan unos pinchos de carne asada que quitan el hambre a un paquidermo. Saciamos nuestro apetito con un par de esas tapas de ternera, naturalmente regadas por un Señorío de Sarria que reactivase nuestros, por efecto de la nicotina, atrofiados paladares. Vino y tapa nos supieron a gloria. Al concluir buscamos algún garito tranquilo de la Ciudad Vieja en el que poder continuar parlamentando aislados del bullicio reinante de las tascas de la Franja, Entramos en uno de ellos, no recuerdo su nombre, pero supongo que poco importa. Una vez en el anónimo pub, servidos de cerveza, Iker y yo no pudimos resistir la tentación de relatar nuestra aventura en el Pireo al gran Honehoi, así como las experimentadas por El Largo en los últimos meses.

- Claro, estaba visto, El Iker nunca ha estado demasiado bien de la azotea, y Christian se encuentra todavía traumatizado por su lamentable experiencia con esa impresentable de Ruth. Estaba visto, teníais que terminar de putas. Ya os lo he dicho antes, no os adaptáis, no hacéis nada para hacerlo, y por eso habéis perdido el norte, si seguís así terminaréis cada uno con un tiro en la cabeza abandonados en cualquier cubo de la basura.
- Pero, ¿no lo entiendes?¿parece mentira, no te das cuenta?¡Estoy harto de tanto cinismo, allí no me engaña nadie!- apostilló El Largo visiblemente exaltado- ¡Cada vez que estoy con gente como Antonio y Luz enfermo!¡cada cosa que pienso y digo es susceptible de ser duramente censurada!, y eso que nos conocemos hace años… Ya nada me atrae, todo es mentira, el amor, la amistad ¡todo!, ya nada merece la pena...Todo es interés en esta puta ciudad, las gentes se dedican a cuchichear sobre los demás, no encuentras a una sola persona íntegra con la que puedas departir durante horas y que no te clave un cuchillo poco después… Todo el mundo esta cortado por el mismo patrón ¡Me asquea esta ciudad!- Finalizó Iker pegándole un puntapié a un taburete-
-Estoy con Iker, he dedicado los últimos años a entregarme a una persona, le abrí mi corazón, conoció mis más profundas inquietudes, le regalé hasta el ultimo halito de cariño, le di mi alma….Ella era como todos, inconstantemente normal.
- ¿Qué quieres decir con eso de inconstantemente normal? - Preguntaron mis amigos al unísono.-
- Por decirlo de alguna manera, dándole la vuelta, que normalmente era inconstante, que su desafección con la sociedad solo se producía cuando la ocasión requería mostrarse idealista, cuando sentados con una de sus innumerables amigas íntimas, como aquella zorra de Lidia, tenía la necesidad de demostrar su soberanía dentro de la manada. Ahora, la mayor parte del tiempo su frivolidad traslucía de tal forma que a cualquier persona medianamente inteligente no se le escaparía que La Rubia era muy común, solo transgresora de boquilla.
-Christian, tu antipatía hacia los demás solo huele a derrota, no tiene base. Si cada vez que la vida te pega una patada en el culo te vas de putas vas a tener que ir a vivir debajo de un puente, no creo que tu cuenta corriente llegue a ser tan solvente como para poder soportar tales cargas.- Advirtió Roberto limpiando con un paño sus gafas-
- No digo eso, digo que pocos merecen la pena, el resto son una inmensa caterva de necios que solo dominan el arte de hurgarse la nariz y follar cuanto puedan. Sus cerebros solo regulan acciones motrices sin sentido alguno, caminan, pero no saben hacia donde. ¡No jodas Roberto!¡no creo que de la noche a la mañana haya cambiado tanto tu forma de pensar! Conoces bien la clase de analfabetos funcionales que nos rodean, y en cuanto a mi olor a derrota, sí, he perdido, he perdido por no pasar por el aro, por no soportar por más tiempo a esa puta serpiente, demasiado soporté sus tonterías, demasiados años llevando a cabo esa visión errática de la vida que tienen Luz y Antonio, demasiado tiempo viviendo como lo hacen tantos otros, no me llames inadaptado, lo intenté, y aparté de fracasar, no me gustó.-Antonio y Luz son el prototipo de la pareja ancestral, sus ambiciones se encuentran íntimamente ligadas, no sueñan sin tenerse en cuenta, su vida solo tiene sentido descrita desde una única perspectiva, me ponen enfermo, soy incapaz de entender su planicie, el amor no debiera ser el objetivo principal, creo más bien debe ser una meta secundaria, tiene fecha de caducidad, aunque haya personas que se obstinen en mantener lo contrario, uno de los dos deja de querer, siempre. Es absurdo, por lo tanto, orientar una corta existencia a otra persona, puede fallarte, y después tu vida se queda vacía, yo lo hice una vez y no volveré a hacerlo más, puedo prometerlo. -

La noche fue transcurriendo por los mismos derroteros, hasta que definitivamente el alcohol ejerció su enérgica influencia y pasamos a solo bromear y reir por cualquier motivo y a eso de las tres de la madrugada, la mirada de Iker se tornó inquietante, se trataba de ese rictus del Largo que indicaba que algo no demasiado bueno le rondaba por la cabeza. Junto a su sospechoso silencio, evidenciaba que en cualquier momento algo se avecinaba, como así fue. Propuso tomarnos unos cubatas a Santa Cristina con el pretexto de que hacía tiempo que no visitábamos la zona de copas y que no estaba nada mal variar de vez en cuando. Para aseguramos de que la noche no resultase corta de más, hicimos un fondo común para aprovisionarnos de una botella de DYC con la que continuaríamos la juerga en la playa una vez los pubs echasen el cierre a sus puertas. Hacia allí pusimos rumbo. Iker conducía con suma prudencia por la Avenida de Alfonso Molina, in crescendo una vez divisamos el Puente del Pasaje, ante el temor a un posible control policial en sus inmediaciones. Al llegar al desvío que debíamos tomar a la izquierda, sucedo lo inesperado, o tal vez no, Iker giró el volante de su coche hacia el lado contrario.

- ¿A donde vas chiflado?- gritó Roberto desde el asiento trasero alarmado.-
- Al Pireo Roberto, al Pireo- Resolví sus dudas-
- ¿Como, pero tu ya lo sabías?- Preguntó Roberto mas sorprendido todavía.-
- Solo cuando giró a la derecha lo supe.
- Bueno, sospecho que no tengo elección.- se resignó el San Bernardo.-
- No, pero a mi me gustaría saber de donde vamos a sacar el dinero para las consumiciones…
- Llevo veinticinco mil pesetas en la guantera del coche. -Afirmó Iker-
- Lo tenías pensado desde el principio, ¿Verdad?- revelé mi lógica presunción.-
- Id haciendo los cubatas de esa mierda de whisky- Saqué de mi regazo las botellas y Roberto las fue combinando.-

Iker pisó a fondo el pedal del acelerador vehemente por alcanzar nuestro destino, sus ojos inyectados en sangre se mantenían afianzados en el pavimento que a pasos agigantados devoraba el Corsa. Por su cabeza parecían pelular miles de ideas enmarañadas configurando un pernicioso cocktail exorbitante afín a la demencia, pero yo era incapaz de vaticinar con exactitud lo que le guiaba una vez traspasado el umbral de la cordura. Aquella noche, algún demontre aconsejaba el discurrir de mi amigo que impertérrito, no soltaba prenda, solo gobernaba el vehículo a una velocidad desmesurada y su semblante evidenciaba un ansia infernal por encontrarse con sus amigas. Apenas veinte minutos requerimos para recorrer una distancia que en condiciones normales necesita la mitad de una hora, pero gracias al cielo, no nos quebramos con alguno de los árboles del pasaje hacia el Tártaro, El Largo ostentaba un sexto sentido que no era otro que conocer los íntimos del volante cuando la calzada menguaba. Llegamos. El individuo de la entrada volvió a saludar calurosamente a Iker El Largo, logrando causar el mismo efecto en Roberto que había experimentado en mis carnes la noche anterior. Entramos, y poco después, Mar y Salomé, una vez cumplida su misión en el reservado, nos acompañaron a los sillones donde nos dispusimos a disfrutar de un Gin-Tonic. Por fin estaba junto a Mar.

- Sabía que vendrías a verme.- Dijo Mar apartando la melena de su mejilla derecha en un gesto de coquetería.-
- Yo también.-asentí con la cabeza.-
- Has bebido mucho...
- sí.
- ¿Qué te duele?
- ¿Como que qué me duele? ¿Qué quieres decir?
- Sí, a todos nos duele algo...
- Ya, entiendo… La vida.
- Como a todos.
- Una mujer.
- También lo sabía.
- ¿Y a ti?
- Esa es una pregunta estúpida.
- Sí, tienes razón, perdona bonita.
- Salgo a las cuatro, ahora tengo que dejarte, tengo clientes. Dame un beso.- Mis labios se unieron a los del pecado sin titubeos. Si hay besos para recordar no olvidaré el primero a Ruth, ni a Mar, tiernos, ajenos a la lujuria, inesperados, inolvidables, inalcanzables.

No podía creerlo, ¿qué estaba haciendo yo besando a una prostituta? La evidencia me abofeteaba, no estaba tan liberado de prejuicios como alardeaba, en el fondo no había ejercido tanta resistencia a las anacrónicas doctrinas que me habían inculcado desde niño, algunos arcaicos principios morales permanecían en mi interior. Mar se levantó, guiñó un ojo, y se marchó a trabajar, para mi sorpresa Iker había desaparecido y Roberto, dormía como un lirón, en el otro extremo del sillón, tal vez del mundo. Al no encontrar otra cosa mejor en la que ocuparme, encendí un pitillo para celebrar el primer besuqueo tras La Inundación. Me supo a salvación, había transcurrido demasiado tiempo desde el último y toda una vida desde el postrero auténtico, al menos tres años desde aquel ósculo condenado al olvido de la tan evocada fierecilla insufrible. Progresaron mis quebraderos, tal vez me había apresurado al temer por mi carga de escrúpulos, no tenía repercusión, no era más que eso, el beso de una mujer, que importaba si trabajaba como puta o profesora, era una mujer de carne y hueso.

Al cabo de un rato, Salomé e Iker descendieron por la gradería que da acceso al apartado de la planta superior. El otrora rostro faustiano de mi amigo se observaba reposado y hasta angelical, la placidez interior traslucía tras su sonrisa, la guerra civil había terminado. También sonreí, me agradó que esta vez no hubiese sufrido un gatillazo. Se despidió de Lolita y se sentó a mi lado.

- ¿Qué, más tranquilo?
- ¡Vaya polvazo sinvergüenza!- Celebró Iker.- ¡De verdad, esta chica me vuelve loco, estaría follando con ella una semana entera!
- No te pases…
- ¡No, no, te lo juro!
- Bueno, vale. Oye, he quedado con Mar a la salida.
- Ya te he visto muy acaramelado con ella, ni te enteraste cuando nos marchamos…
- No sé muy bien lo que estoy haciendo, pero me gusta.
-Yo también he quedado con Salomé.
- !Cojonudo!, estaba un poco cagado por estar solo por ahí con Mar...
- Por cierto,¡vaya papa tiene este!. -Advirtió Iker observando el lamentable estado de Roberto.-
- Sí, deberíamos intentar reanimarle.
- Deja que duerma hasta que regresen las chicas y luego lo despertamos.
- De acuerdo.

Pasadas las cuatro de la madrugada, los mozos del Pireo comenzaron a barrer el local, lo que nos alertó de que las chicas no tardarían en dar señales de vida. No erramos el pronóstico, se personaron sin que el barrido hubiera concluido y el fregado iniciado. Parecían diferentes redimidas de los atuendos de guerra y engalanadas a su complacencia que no obstante, no reparaba en disimular sus curvas afortunadas, quizá su atractivo era mayor clandestino, para ser del todo sincero. Mar lucía un vestido largo entallado de color rojo-burdeos que concedía un pequeño escote adornado por una extravagante borla con una piedra verde en el corazón de la pieza. Estaba magnifica, incluso sus rasgos parecían dulcificarse con un maquillaje menos sobrado. Su compañera, Salomé, resplandecía ceñida en un jubón de seda negra y en el azabache del cuero de sus zaragüelles despreocupados por no delatar sus glúteos, insinuando que contraer Ántrax merecía realmente la pena, resultaba absolutamente explosivo el contraste del renegrido con el trigueño de sus cabellos, lo que se podía adivinar en la cara de badulaque que se le había quedado al Largo al redescubrirla, no le quitaba ojo. Sonrieron, cuchichearon entre ellas y despertamos a Rober con mucha dificultad, el San Bernardo tiene un sueño terriblemente pesado, en consonancia con su gran tamaño.

- !Joder!, ¿que coño pasa?- gruñó Rober.-
- ¡Las campanas tocan arrebato!, ¡Nos vamos!- repicó Iker-
- ¡Mierda, con lo bien que dormía! ¡Iros al carajo cabrones!

Nos metimos en el coche de lker. A Roberto le toco de hacer de copiloto, por eso de la escasez de espacio, yo, en el legendario asiento de atrás del Cadillac, configurando una increíble fotografía entre dos bellezas de cine y uno de los zombis de La Fábrica de Warhol, si mi madre me hubiera visto... Tras varias risas y excesos, las chicas propusieron ir a una discoteca próxima a soltar los músculos y pese a que nunca nos hemos acreditado como deslumbrantes bailarines, no pusimos enmienda alguna a la propuesta, la ocasión lo merecía, ¡que caramba! Por su parte, Roberto se decantó por prolongar la siesta acomodándose en el vehículo con la única compañía de la Peligrosa María de Los Suaves, que sonaba en el radiocasete acompasada por los ronquidos del inmenso San Bernardo. Antes de que Yosi entonara el siguiente tema, aterrizamos en el Isis, la discoteca de marras a la que accedimos sin pagar, dado que Mar y Salomé eran clientes asiduos, incluso nos regalaron a cada uno una invitación para consumir.

En el Isis la pista de baile semeja un campo de fútbol, salvo en BCM una disco de Palma, no he contemplado una pista tan grande. En ella individuos de todas las edades sudaban el vicio consumido esa noche moviéndose frenética y fanáticamente al ritmo insufrible de música electrónica. Se podían encontrar todo tipo de engendros: Pastilleros, casados, funcionarios de hacienda, cocainómanos, y por supuesto, mixturas de toda esa clase de escoria. Iker y yo sin lugar a dudas, ejercíamos como máximos representantes del sector del Éter, ya que encontrar a alguien que solo hubiera ingerido desinfectante en la nueva Sodoma era harto improbable. Consolidamos nuestro pequeño vicio con el enésimo whisky, orgullosos de nuestra condición alcohólica y las chicas pidieron un Baileys. Una vez los vasos nos hurtaron astutamente su contenido, decidimos ponernos en evidencia entablando unos pasos de baile y tras un buen rato haciendo el ridículo, las dejamos bailando y fuimos a la barra a pedir una copa más, la penúltima.

- Estos ambientes no son para nosotros - Reflexiono El Largo.-
- Ya, pero ya no sé cuales lo son. -añadí-
- Yo tampoco.
- ¿No te das cuenta?, llevamos toda la vida así, sin encontrar nuestro sitio, no paramos demasiado tiempo en un lugar, nada nos retiene, y lo peor de todo, no tenemos un sitio a donde ir... -Iker tomo su copa y le dio un pequeño sorbo, había bebido demasiado y su singular velocidad había retrocedido a inteligente pausa. Posó el vaso en la barra y se rascó a la altura de la nuca, suspiró y retomo el habla.
- La querías mucho, ¿verdad?
- Con locura.
- ¿Por qué?
- No estoy muy seguro de querer tratar esto contigo.
- ¿Y ella, te quería?-Iker prosiguió su interrogatorio a pesar de mi evasiva-
- No lo creo viejo amigo, no lo creo.
- Al menos sabes lo que es estar enamorado.
- Tú también. –El Largo resopló y volvió a asir el tubo de vidrio para acercárselo a la boca. Esta vez el trago fue prolongado y amargo debido a mi torpeza, sin intención le había propinado un gancho en el estómago a mi fiel compañero, que enmudeció tras mi afirmación. Intuyendo su estado anímico, se me ocurrió arrastrar a la barra a Salomé pensando que tal vez ella, conseguiría reanimarlo. Los dejé solos y me dispuse a humillarme otra vez bailando con Mar. Tuve la impresión de que todas las personas de la discoteca se reían observando mis tristes y torpes pasos, pero no me importó demasiado, como casi nada en esa época de trasgresión, indolencia y rebeldía. De cuando en cuando eché una ojeada hacía la posición ocupada por Lolita y El Largo para constatar la evolución de mi amigo, pero lo único que advertía era una controvertida discusión entre dos amantes inciertos que no era capaz de descifrar.

Dieron las seis y por los altavoces anunciaron el fin de fiesta. No tuvimos otra alternativa que marcharnos. Al llegar al coche, la puerta del conductor estaba abierta, Roberto vomitando. Le ayudamos a incorporarse y una vez se sintió aliviado, emprendimos el viaje de vuelta, la botella del maletero la dejaríamos para otra ocasión mejor. Iker todavía muy serio, llevó a las chicas hasta Santa Cristina, lugar de residencia de Mar y Salomé.

- ¿Recordarás donde vivo?- Me pregunto Mar-
- ¿Sí, por qué?
- Porque mañana libro y quiero que vengas a visitarme.
- No sé si podré...
- Podrás, estoy segura- Sonrió y desapareció entre las sombras del jardín sin mirar atrás. Por supuesto que acudiría a verla.

No sé nada de Ruth: V. UN FALSO BESO



A Joanna, donde quiera que estés.


Mi tablón era excesivo, habíamos bebido la nada desdeñable suma de un arca de lúpulos, no concibo como Iker era tan diestro en conducir en atroces circunstancias. Temí por nuestra integridad en más de una curva, pero San Baco, insigne Patrón de los azorados, veló por nosotros alcanzando ilesos El Pireo, un titánico chalet situado en un margen de la carretera nacional A Coruña- Betanzos, nuestro oscuro punto de destino.
En uno de los laterales de la casa se podía observar un letrero resplandeciente que abrigaba casi la totalidad de la muralla. En el Neón suspendido, además del título que identificaba el local, una chica eléctrica liviana de ajuar advertía a los peregrinos que por una cantidad tratada podría complacerse de compañía femenina. Pude fijarme asimismo que, en la puerta principal, montaba guardia un individuo de edad indefinida aposentado en una silla, mientras susurraba a la Luna tarareandole canciones que escuchaba por el viejo radio-casette postrado a sus pies, sin duda, el cancerbero del lupanar. Nos dispusimos a matricularnos, acercándonos remisamente a ese tipo de lapso incierto que cuando lo tuvimos a uno o dos metros, sonrió y se puso a departir con mi amigo ebrio.

- ¡Hola chaval!, ¿Como te trata la vida?
- Bien Pepe, no me puedo quejar.
- Pues nada Largo, que siga así.
- Oye, ¿han venido las chicas?
- Sí, chaval, sí, je, je…

En el interior había decenas de meretrices que se multiplican por todas partes o al menos eso me parecía, tan nervioso y temeroso que incluso los efectos del alcohol parecían haber remitido en aquellos momentos de incertidumbre. En la barra pude ver a un añejo protervo que simultáneamente se veía impotente de detener la saliva en el interior de la boca, magreaba a una mulata estrujando fuertemente con sus poderosas maños el trasero de la chica. Entre ensalivo e insalivo le decía enséñame un poquito más, solo un poquito más, mientras con lascivia, atendía al instigador y dadivoso escote que lucia la morena. Al fondo, más Minas, toda una hilera de piernas variopintas distribuidas expectantes a que un desconocido que las llevase a uno de los reservados, aguardando asiduos evidentemente. Un par de esos perniles se levantaron y al instante, otro par, dando la sensación que a cada paso, se acercaban peligrosamente hacia nosotros, lo que hizo medrar si cabe mi inquietud. No era, por otra parte, un andar atropellado, mas bien un trote cochinero el que imponían las dos mujeres a su paso, más que nada desoxigenado y esa parsimonia dilató mi grado de enervación, moría por dentro, el miedo pintaba las paredes de mi estomago y deseé no haber entrado jamás, aunque una buena parte de mi, El Lobo, aguardaba impaciente por encontrarse con esas reinas de la noche.

- ¿Qué tal Iker? ¿Quién es tu amigo? Pregunto una de ellas al Largo.
- Se llama Christian, y ya te he hablado de él.- Significó Iker.
- ¿Así que tu eres Christian? - Me preguntó la chica.
- Si, ¿Y tú como te llamas? - Traté de mostrarme seguro.
- Salomé y mi amiga es Mar.
- Encantado de conoceros.

Salomé tendría unos treinta años, aunque era delicado precisarlo, ese tipo de vida a la fuerza avejenta a pasos agigantados y puede que solo por pocos años sobrepasase el cuarto de siglo. Mediría un metro setenta y sus hechuras, rememoraban un glorioso pasado de irresistible Lolita. Tenia una rostro hermoso, adornado por una bella sonrisa que provocaba un profundo deseo de besarla cuando decidía mostrarla, voy más lejos, de abrazarla, acariciarla, de mimarla. Extrañamente no la deseé. Mar por su parte, era más lozana, aproximadamente de mi edad, una tierna edad. Al contrario que Salomé, lucía una larga melena negra y sus rasgos sin embargo eran mas duros que los de la trigueña, no alcanzaba ni por asomo esos cánones nórdicos de belleza, que por definirlos de algún modo, era asimilables a un prototipo Ellen Barkin, esto es, más atractiva que agraciada. La deseé y eso me agradó, desde que Ruth y yo habíamos roto no recordaba haber ansiado a ninguna otra fémina. Luché por evitar acordarme de la maldita Rubia que me había robado el corazón.


- Me ha dicho lker que estudias Periodismo ¿no es así? - Se interesó Mar, sin duda apercibida de que no le quitaba ojo-
- Si, Periodismo, Periodismo…
- Me gustaría leer algo tuyo algún día.
- Bueno, si quieres te traigo algo cualquier otra noche.-Imbécil de mi, ¿Qué demonios pasaría por mi cabeza? ¿Traerle algún escrito y que ella se sentase en una mesa a leerlo? Debí parecerle un idiota redomado.
- Sí, me gustaría ver como lo haces. – Respondió con media sonrisa echándome a temblar de pánico al escuchar esa respuesta tan ambigua, ¿Qué querría decir con eso de como lo haces? Esquivé al sonrojo y guié la conversación hacia otros derroteros.
- ¿Y qué, llevas mucho tiempo en La Coruña?
- Tres meses.
- ¿Te gusta?
- Mira, cuando llevas tanto tiempo en esto ni te fijas en la ciudad que estás, un día en Madrid y otro en Valencia, nunca paso demasiado tiempo en un mismo sitio. La verdad es que ni me he fijado.

Iker nos entorpeció para hacernos participes de que él y Salomé se marchaban. Mi sorprendente amigo iba a gozar de los servicios de la musa de Nabokov gratuitamente. Me impresionó, a saber cuanto tiempo llevaba embutido en ese submundo como para acostarse con una de sus emperatrices sin pagar un duro.
Me quedé a solas con Mar, que no dejaba de observar mis ojos con insistencia, como si de ellos pudiera extraer los secretos mas recónditamente albergados en el interior de mi alma. Yo hablaba y hablaba, buscando distraer su atención para que no me formulara esa pregunta a la que me vería obligado a contestar que no, no por algún tipo de prejuicio, porque me resultaba imposible mantener relaciones con alguien que no conocía de nada. Estuve un buen rato fabulando, hasta que pareció hartarse de dar oídos a mis peroratas y se despidió excusándose con la entrada de nuevos clientes en el local, si bien incitándome a volver a verla. Besó mi mejilla, y se desvaneció entre las sombras de la parte ulterior. Al disiparse, tuve la sensación cierta de que volveríamos a encontrarnos.

Me quedé absorto en mis pensamientos, tratando de asimilar los hallazgos en apenas un instante, lo cual no resultó sencillo, pero aquellos minutos de retiro me resultaron muy relevantes para recapacitar, ya que por aquel entonces mi vida estaba mudando a una velocidad vertiginosa: Solo unos meses antes, desgarrado, tonteando con la locura, incapaz de encajar una vida sin Ruth y ahora, me encontraba entablando amistad nada menos que con una prostituta. Sonreí, no estaba después de todo mal, en los últimos tres años apenas nada especial me había sucedido, nada pudo ocurrir, solo había vivido para hacer feliz a una persona, dejando entre renglones mi propia placidez que, a fin de cuentas, era lo que realmente debería haber importado, a juzgar por lo sucedido. Si esa maldita bruja hubiese puesto un poco de su parte tal vez no hubiera encontrado cobijo en la mediocridad y el aburrimiento, ni tampoco hubiera deseado continuamente que los fines de semana fuesen lo más breve posible.

¿Como iba a sucederme algo especial?, en esos aciagos años me alejé de mis actividades preferidas, las conversaciones existenciales o los agitados debates socio- políticos con otras mentes afines. Durante ciento cincuenta semanas tuve que soportar tediosas tertulias sobre formas de comportamiento de otros individuos, a los que en su mayor parte no tenía el infortunio de conocer, charlas ripiosas sobre otras vidas que cometían el delito de no respirar como Ruth y por lo tanto, condenadas fieramente por el pecado de la disensión. Nunca nadie ha sido tan cruel a la hora de juzgar y sentenciar a sus semejantes, estoy seguro, créanme, sus botas militares no simbolizaban independencia y personalidad, sino represión e intolerancia. La Rubia pese a ser excepcionalmente inteligente, poseía un talento inmoral, el saberse diferente no le llevaba a ser humilde a la hora del trato con los demás, todo lo contrario, a suponer a la mayor parte de las personas como necios ignominiosos que merecían morir por cometer el delito de la inopia. Durante esos tres largos siglos (¡!), intenté democratizar sus inclinaciones, ya que me consideraba su igual, pero solo pude lograr un golpe de estado a mi corazón. ¿Que por que seguí con ella? Simple y llanamente porque la quería, la quería pese a todo, pese a que sus besos o buenas palabras hacia mi eran casuales, a que no me prestaba la menor atención, a que siempre supe que no me quería, porque no siempre fue así…Al principio, en el albor de nuestra relación, profesaba admiración hacia mi ser, me colmaba de cariño, comprensión, pero poco duró El tiempo de la felicidad, La Rubia era una pésima actriz y raudo se hartó de interpretar el papel de buena chica, no tardó en salir a la luz su malvada y cruel esencia… Sus feroces agresiones me fueron sumiendo en un agudo hundimiento, me avergüenza reconocer que aún así me solazaba permaneciendo a su lado, solo eso me hacía sentir bien y por ello, la mimaba desesperadamente para rescatar su cariño, llegando incluso a culpabilizarme de disputas intencionadamente provocadas por ella, con el loable objetivo de evitar que se prologasen más de lo necesario... El mundo seguía girando y cambiando, pero yo no estaba ya en él, como iba a sucederme algo especial…

El Largo bajo del reservado. Traía mala cara, esa media sonrisa que exhibía para mostrar contrariedad o frustración por algo. Cuando se planto ante mi, comprobé que los suposiciones eran exactas, su mal humor había sido inducido por un inoportuno gatillazo. Me eche a reir y terminé por contagiarlo, eso nos puede pasar a todos. Abandonamos el Pireo y nos dispusimos a volver a casa, la noche ya no nos daría mas de lo que ya nos había otorgado.

No sé nada de Ruth: IV. IKER O LA FUERZA DEL DESTINO




A esa "banda de Blues": "Gato", "Fandí", "Valle "Angelito", "Miki”, Marta, Nuria y Cristina, especialmente al que suelo cantar en su compañía los amaneceres de Martes y Domingos.


Sin apenas cerciorarme, el almanaque advirtió la llegada del desconsolado y pavoroso Noviembre. El primer día de este lapso solemniza la festividad de todos los interfectos y el aparato productivo español se interrumpe para que todos los trabajadores puedan acudir a los camposantos con ofrendas florales a sus difuntos, como si éstos fuesen los vencedores de un gran premio de Montmeló. Asimismo, las augustas encuentran un pretexto para dar el coñazo a sus naturales, perpetuándoles el convenio de acudir a la casa del señor en fecha tan timbrada, con el objeto de rememorar a los ausentes, como si no acaeciesen momentos a lo largo del año para rendirles consideración.
Pero también es un día próspero para minoristas y mayoristas del ramo de la floristería. A lo largo de la alborada del uno de Noviembre sacuden de serrín las faltriqueras de los visitantes de San amaro y Feáns, los cementerios de mi localidad natal, pero que quieren que les diga, todos tenemos derecho a ganarnos el pan de manera más o menos decorosa. Así pues, como digo, el mentado uno de Noviembre es un día en el que la mayor parte de los conurbanos se encuentran dichosos, ora porque no se atarean, ora porque lo hacen y los que ya no forjan, encuentran con que agradarse, simplemente tétrico, como el día de autos.
Por mi parte, como todos y cada uno de los primeros de Noviembre, me encontraba obligado a participar en tan malsano ritual y si ello no fuese asaz expiación, a hacer parada en la hacienda del hermano de mi padre, un reaccionario de los de la vieja guardia que, pese a no alcanzar en aquella época edad precisa para ello, cada año en esos vencimientos nos invita a comer en su morada, una réplica bochornosa del Palacio del Pardo.
Nicolás, así se llama el haragán, es un pulcro desastrado, un inculto, y sobre todo, el idiota mas conseguido por un tío con un gran gracejo como es ese tal Dios, al que no he tenido el gusto de conocer y que a menudo, materializa entes inauditos como mi tío, aunque pese a todo debo reconocer que Somebody up there likes me. Ese año que tan mal estaba acabando no fue una excepción. Tras visitar a nuestros muertos, en compañía de mi familia más próxima, acudimos alumbrados de arrebato a casa de Tito Nico. No fuimos escrupulosos a la cita porque mi madre se solazó en una pastelería de Zalaeta a comprar unos deliciosos huesos de difuntos, para agradar con el presente al tío Nicolás y a su deficiente consorte, Marisa, a la que debió encontrar en algún desbarate o lupanar de parada de camioneros, ya que hasta hacía bien poco no se le había conocido dueña alguna y el viejo por aquel entonces golpeaba vigorosamente la puerta de los cincuenta. En el hall nos esperaba el hermano de mi padre - así me gusta referirme a él para incidir en que los lazos parentales son meramente azarosos - y por los movimientos de su bigote, adiviné que se mostraba iracundo por nuestra dilación . Que se joda - pensé. -

Una vez el interior del inmueble, pude observar que un nuevo componente había pasado a formar parte de la decoración del largo túnel que da acceso a la parte principal de la casa. En la pared, junto a la ciclópea gaya española denigrada por el grajo, un inmenso retrato del glorioso caudillo don Francisco Franco se erigía eclipsando los recuerdos de la campaña de Marruecos en la que no tuvo el honor de participar. Contuve, como buenamente pude, mis deseos de reir y medio monje, medio soldado, acudí febril al comedor, donde mi putativa tía aguardaba impaciente.

- ¡Christian, que alto estás!- observó a mi encuentro-
• Ya. Los anos pasan para todos.- respondí cortésmente reprimiendo mis deseos de emular al otrora respetado Rey del Pollo Frito, mostrándole mis partes intimas para hacerle ver que hacia ya unos cuantos añitos había dejado de crecer.
- ¿Y que, te has confirmado ya?- Lo que faltaba-
- No. Lo haré en cuanto me case, así mato dos pájaros de un tiro.- Mi respuesta no fue menos ocurrida que la precedente, en realidad esquivé la primera discusión de la gala obviando darle constancia de mis consideraciones acerca de la materia religiosa, sobre las cuales opinamos diametralmente distinto, digámoslo así.
-¡Ah, muy bien!- Fue entonces cuando mi oportuna hermana Sandra para su desgracia, entró en la habitación reabriéndose el proceso de Nüremberg con ella como imputada, pasando a convertirse en la que mas padeció en sus carnes la hostilidad de nuestra tía Marisa, putativa, incido. El interrogatorio a su fin cuando mis padres y el tío Nico pusieron fin a su comediante ceremonial, disponiéndonos a almorzar.

Presidió la mesa, como no, El Majadero, un individuo repolludo que recuerda al peor Hugo Tonazzi, cuyo bigote insinúa unirse en cualquier momento con los pelos del ombligo, dada su diminuta talla. El hecho de ocupar la cabecera no se trataba de un hecho bizantino y aislado para La Morsa, suponía la legalización de su liderazgo dentro de la familia tras el fallecimiento de los abuelos. El Mierdas era el primogénito heredero de la gloriosa ralea de los Souto, fervientes y devotos católicos, acarreadores del pendón de una Grande y Libre, como digo, un sujeto enternecedor capaz en gran medida, de inspirar lástima.
Tras la oración de rigor, dimos buena cuenta de las centollas- No se le puede negar al Tarugo que es muy dadivoso con nosotros, en su casa jamás he catado la tortilla de patatas, no sé si lo hace por jactancia o no, pero la verdad es que no me importa lo más mínimo.-. Sin mediar palabra durante el banquete, alcanzamos el postre sin lamentar la ausencia de un cadáver y la experiencia me advirtió que llegados a este extremo, la cosa se pondría interesante, El Mendrugo, cuando no tiene algo en las muelas, deja volar su ilimitada imaginación hasta articular cualquier clase de sandez de dimensiones inconcebibles. No defraudó a su entregado público.

- Veréis el otro día estuve reflexionando… A ver que os parece. El Caudillo forma parte de la historia, ¿no es cierto?- Asentimos todos con la cabeza- Y la historia debe de conocerse, ¿no?-repetimos aspaviento- Pues entonces, digo yo que deberían poner una estatua suya en las ciudades para que siempre se sepa quien fue. — Inaudito, El Percebe se superaba cada nuevo encuentro, no daba crédito a tal afirmación. Tuve que reprimirme para no aplaudirle sarcásticamente, no fuese que el muy asno se lo tomase en serio. Mi padre sí que no pudo contenerse:
- Nico, eres mi hermano y sabes que te quiero, pero cada día eres más gilipollas- Los párpados de mi tío se abrieron de tal forma que parecía que sus ojos saldrían de sus orbitas. — Sí -Prosiguió mi patriarca - Pero hombre, ¡En que cabeza caben esas elucubraciones!, Entonces tendrían que hacer lo mismo en Alemania con Hitler…
- No es lo mismo.
- No jodas Nico.- El silencio se hizo con en el habitáculo un buen rato, sin que ninguno de los contendientes se decidiese a romper la tácita tregua, el resto, tensos y sin menearnos a la espera que uno de los dos arrojase algún objeto al rostro del otro, pero como casi siempre, nada sucedió, entendí que la sangre los vinculaba de tal manera que ninguno osaría romper la baraja.

Roto el mutismo, se pusieron a discutir como se llamaba no sé que calle hace cientos de años, a la vez que mi madre y Marisa rebatían sobre donde es más económico comprar zahones y calcitas y mis hermanas leían el Hola! para enterarse de si Brad Pitt se había ido efectivamente de copas junto a Bart Simpson. Por mi parte, proseguía la lectura de Diario de un Jubilado, que había traido conmigo al festín, un Delibes iniciado unos cuantos días antes, idóneo para matar las horas hasta que las agujas del reloj alertasen de que nuestra marcha estaba justificada. Llegado ese ansiado momento sin preámbulos ni ceremoniales, pusimos las alforjas al caballo para abandonar ese ridículo templo fascista.

Al llegar a casa, comprobé que el contestador encerraba un mensaje de mi amigo Iker conminándome a tomar unas cañas en el Villa a eso de las ocho y media. Tomé una ducha rápida y salí a su encuentro.

La Taberna de la Villa no desmerece en nada a cualquier porqueriza, salvo en menudencias como el aroma, en lugar de a restos orgánicos, ventea a vinagracho. Lolo, el alguacil, un auténtico Adonis cuyo apéndice nasal rivaliza con la del ineludible por mítico Pinocho, tal vez tan magnifico por la incalculable cantidad de bulos que cuenta, en el fondo resulta ser un tipo entrañable, incluso hoy día que no recuerda el nombre de sus clientes históricos como el del que les relata este infame cuento: Korsakoff según las malas lenguas, fruto de sus desmedidos baños en éter. Pero no siendo su nariz su rasgo más destacable, habría que resaltar la propina que pende de su abdomen, provocándole dificultades en la rotula de ambas rodillas, debido a los constantes impactos de la demoledora sobre las articulaciones al caminar. A veces Blanca, su consorte, le echa una mano en el negocio y otra en la caja. Él atiende barra y mesas mientras ella se hurga en la nariz y apoya sus generosos pechos en el mostrador, con ánimo cuidadosamente mercantil. Al fondo de la barra de la Amacordiana Madam, sin ningún tipo de avío con el que preservar de los gérmenes a los alimentos, podemos encontrarnos con escudillas de chipirones de anteayer, queso del país que hiede a Cabrales, aceitunas negras otrora verde-Uster y una gran variedad de platos exóticos cuyo contenido no acierto a recordar, pero de indudable aspecto intensamente repulsivo... El Villa es, en definitiva, un anacronismo en la era Internet, un vapor que se disipara en el aire una vez destapado el frasco que contiene el secreto de las reloj y allí me encontraba yo, en el mismísimo purgatorio terrenal aposentado en una silla acolchada que había conocido tiempos mejores, a juzgar por lo manida y trillada que estaba, experimentando un creciente dolor de coxis al coincidir esa parte de mi cuerpo con la viga que dejaba al descubierto uno de los innumerables rotos, e lker, aún no se había presentado el muy obsceno. Al menos me quedaban los voluminosos senos de la Blanca, la vicetiple.

Pedí una cerveza con la firme sensación de merecerla, el haber estado más de cinco minutos en casa de mi tío justifica cualquier clase de recompensa, y aunque minúscula, lo suficiente sazonada para olvidar el mal trago. Eso es, he aquí la clave de la subsistencia, las pequeñas cosas, El frenético ritmo de la sociedad actual es un claro obstáculo para apreciar un buen trozo de queso manchego, una partida de tute con unos buenos amigos, o incluso, estar tumbado en un sofá sufriendo flatulencias mentales provocadas por alguna serie B prorrumpida por los canales de televisión. La juventud carece de paciencia, quiere alcanzar la máxima felicidad en el mínimo tiempo posible, el ya de por si vago término felicidad, ha experimentado una serie de mutaciones fruto de esta precipitación generacional, hasta involucrarse con el hedonismo. Ya nadie quiere a nadie, solo se quiere algo de alguien. Ya no existen reyertas, causas por las que perder la vida, no hay vida sin libertad. No existen impulsos para el agrupamiento, la ecología o las guerras exteriores no oscurecen el nivel de vida de los ciudadanos españoles, ¿para qué recapacitar sobre cuestiones importantes, si vivimos de puta madre? Los jóvenes se encuentran a años luz de aquellos de Mayo del 68, y posiblemente jamás se acercaran ya. No existen motivos para agruparse insisto, tampoco individuos que lideren a las masas en la búsqueda de la consecución de objetivos, no hay Jesucristos, Luther kings o Ghandis, solo lerdos intelectualoides que se refugian bajo el broquel demócrata para ironizar sobre asuntos menores que solo ponen en tela de juicio la seguridad del sistema legal o la moralidad de los poderes políticos. Cuando parece que no existen motivos para agruparse, el ser humano se convierte en el animal más pervertido e indecente de La Creación, preocupado únicamente en mantener una alta calidad de vida y de satisfacer la libido, puesto que el amor se ha convertido en un concepto tan confuso e inepto como el de eternidad. —Tal vez por ello no exista el amor eterno -. Solo nos queda aguardar por una muerte cuya coquetería hace que tarde cada vez mas en sorprendernos, la economía del bienestar ha alargado la esperanza de vida para que dure más la vida sin esperanza y con el devenir del tiempo, siquiera nos quedara Paris.

La Especial me supo a poco. El proceso de transición desde el envase hasta mi estomago fue un visto y no visto, Esto tiene fácil arreglo -pensé- Me levanté a reponer existencias, y fue entonces cuando Antonio y Luz visitaron el bar sin que los aguardase.

- Hola chicos- Les saludé con comedido entusiasmo.
- ¡Hombre Christian, que desmejorado estas!- Afirmó la escultural Luz al observar mi latente languidez.-
— Chica, la mala vida.
- Pues tienes que cuidarte, si no…
- Venga, sentémonos por favor, estoy esperando a lker, aunque ya empieza a retrasarse demasiado.
- Que has quedado con lker, muchacho?- pregunto extrañado Antonio —
- Si., ¿Por qué?
- Por nada, por nada! —El disfraz de Antonio al saber que me había citado con lker me dejo un tanto desconcertado, ¿que tenía de extraño que lker y yo nos tomásemos unas cervezas juntos? En todo caso no le concedí la mayor importancia, Antonio y Luz llevan su vida por el catón, esto es, por una línea rígida y recta por la cual caminan sin desviación. Deduje que, conociendo a Iker, éste les habría vomitado una de sus terribles disquisiciones escandalizándolos por apartarse tanto de los sagrados principios de la parejita.


Al poco rato Iker se persono en el Villa. Llevaba puestas unas gafas de sol oscuras, a juego con el resto de su indumentaria, desde que no lo veía, sus patillas se habían poblado de tal forma que daban vida a unos inexistentes mofletes y su delgadez, lejos de mermarse, se había acentuado. Su aspecto, en definitiva, recordaba al Lou Reed más decadente de todas las épocas, su imagen era la de un rockero consumido por la intensidad de su frenética vida, y por la disconformidad a establecerse según unos principios tan obsoletos como absurdos. Al vernos, guiñó su ojo derecho a la vez que Blanca destapaba la botella de cerveza que había demandado a su llegada. La recogió, y se sentó a mi izquierda.
El Largo se había transformado en una versión desahuciada de mi mismo. Al igual que yo, llevaba un lobo dentro que dictaba que sus actos se rigiesen por un difícilmente explicable equilibrio dentro del caos. Un colgante en forma de bala adomaba su cuello, explicaba que era para ahuyentar lo peor de si mismo, lo que sin duda se trataba de un el reflejo de una personalidad enigmática y nada diáfana, de una vida errante y bohemia, incapaz de encontrar su sitio en este mundo. Iker era la revolución continua, cualquier cosa que estuviese sometida a unas leyes de actuación le permitía descolgarse entablando una crudelísima guerra dialéctica con quien osaba sustentarla. Era un idealista, de los pocos que quedaban, además, mi gran amigo.
Nos conocimos en el Colegio, si bien nuestro trato no alcanzo su mayor profundidad hasta próximos a salir de él, cuando junto a Roberto, la Literatura invadió nuestras vidas, empapándonos de toda su magnitud y combinándose con un poco de Filosofía e Historia, transformó nuestras almas de forma que una vez humedecidos de conocimiento, nada nos pareció ser lo que había sido hasta entonces. Fue una época en la que nuestros amigos se encontraban inmersos en una cruzada de faldas, su nivel hormonal era tan elevado que apenas podían pensar en otra cosa que no fuese correr tras las cachas de la maciza de turno, cada cual más casquivana y aunque ninguno de los tres permaneciéramos ajenos a los efectos de la pubertad, salivar tras una desastrada no nos parecía demasiado seductor. A la vez que nuestra pandilla fructificaba al ritmo frenético de unas caderas esporádicas, Roberto, Iker y yo, lo hacíamos con la paciencia y el dolor que proporciona el saber. Tal vez por ello, el grupo dejo de serlo, discordancia de objetivos. Nosotros, sin embargo, permanecimos indisolublemente unidos, no pasamos demasiado tiempo sin vernos, no más de una semana, salvo cuando Iker se marcho a hacer el COU a Estados Unidos o cuando mi relación con Ruth desmoronaba e intentaba salvarla, cuando no me dedicaba a otra cosa que luchar contra la propia condición de la mujer sin arterias.
Iker rompió la virginidad del vaso con suma suavidad, el contacto con la espuma fue tan tenue y delicado, que parecía el primer beso de amor a una chica, sin la premura de la pasión sexual e instintiva de un ardoroso ósculo que destila alcohol y ambición. Su amante nívea y cálida, se posó entre el espesor de los distraídos filamentos que anidaban entre su nariz y sus bordes. Disfrutó tanto, que a ese primer beso le siguió otro y otro mas, repitiéndose el tan particular ritual amoroso hasta la extenuación infinita. Después, sus ojos parecieron perder interés por su amante blanca, prestándonos solicitud, tras haber permanecido expectantes ante las primeras palabras de nuestro amigo, que entendíamos no tardarían en producirse.
- Luz, Antonio, Sinvergüenza - Axial solía referirse a mi en tono cordial, incomodando a Luz, incapaz de asumir que su novio no fuese para todo el mundo el centro de atención- Me alegro de veros.
- ¡Que pasa chaval¡¿como te va la vida?- Le dije
- Mientras respiremos…
- Si, supongo que de eso se trata. —Asentí-
- Bueno Iker, ¿Que has estado haciendo últimamente? —Se intereso Luz con incuestionable intención inquisitiva-
- ¿Por qué preguntas lo que ya sabes?, de cama en cama y de puta en puta.- Se descolgó El Largo-
- Pues mira que bien…
- Antonio, con todos mis respetos, a tu novia le hace falta que juegues mas a los médicos con ella, ¿que ocurre, no te funciona el vengador calvo?
- Déjalo ya Iker —Atemperé-
- Si, debe ser eso, me lo imaginaba, el abuso de Antonio en el consumo de Reality Shows lo ha terminado por trastornar, no funciona. También puede ser debido a una excesiva masturbación en la adolescencia, sí, también puede ser por eso, pero me inclino por la falta de lectura, necesariamente el cuerpo no puede funcionar bien sin que lo haga el cerebro, ¡Ay, cuanto lo siento chicos!
- Vete a tomar por el culo…- Afirmó Antonio riéndose, tremendamente consciente del don de su amigo para vislumbrar los puntos débiles de los demás, en este caso Antonio, el de Luz, por lo que no adoptó las palabras de Iker como una agresión personal. Son situaciones como estas las que me hacen dudar de si Antonio no entiende lo que digo o le importa un pimiento, a veces es capaz de calar de tal manera a una persona que sorprende comprobar su inutilidad en entender lo más básico.
- Tal vez hayas dado con la clave, tal vez tus problemas deriven de inclinaciones frustradas y nunca asumidas. Resígnate, puede ser que seas homosexual, no hay nada malo en ello, conozco a muchos mariposones y los acepto cual son, igual que ellos a mi, a fin de cuentas solo nos, diferenciamos en nuestro agujero negro: En mi caso, es únicamente de salida y el de ellos bidireccional.
- Iker, déjalo ya…

Parece ser que llegó la sangre al río, porque Antonio y su enojada novia apenas permanecieron un cuarto de hora más con nosotros y a juzgar por sus rostros y el silencio ininterrumpido de La Hermosa, pude deducir que tenía ganas de quedarse a solas con Antonio para poder poner a parir a sus anchas a Iker. La armonía, sin duda, se rompió con la llegada del Largo, con él llegó el escándalo.

Ávido por conocer las ultimas andanzas de mi amigo El Largo, pasé por alto el rosario de preguntas típicas que se hacen a un viejo conocido cuando hace un buen tiempo no se sabe nada de el y le rogué que me pusiera al corriente de sus desventuras sin más dilación. Se sonrió ante la urgencia y empezó a referiré esas primicias: Estaba fascinado por una nueva clase de vida tan al margen de la cínica rutina. Al parecer, y según sus propias palabras, una mañana se cansó de ser un puto esclavo, tomó el volante de su Opel Corsa y condujo sin rumbo determinado. Abrumado y abrupto por sus circunstancias, comprobó con estupor que se había pasado el día entero vagando sumergido en sus propios pensamientos y que se encontraba a unos pocos kilómetros de la frontera de Galicia con Castilla- León. Como no había probado bocado desde el croissant mañanero, buscó algún figón de carretera en el que aprovisionarse para emprender el viaje de regreso. Apenas transcurridos unas diez millas desde el punto en que se encontraba, divisó el letrero de neón de un establecimiento que resulto ser una mancebía. Arrastrado por un espíritu intelectualmente intranquilo, se decidió a entrar. Su llegada ni mucho menos paso inadvertida, esos lugares no suelen ser visitados por gente tan joven y bien parecida. Pidió una cerveza y al cabo de un rato, una de las prostitutas del local se le acercó buscando entablar conversación:
- Papi, ¿Como te llamas?
- Iker.
- Yo Celeste, ¡ dame un beso, no seas arisco!. - Eso hizo-
- Y ¿qué nombre es ese- Pregunto Celeste-
- Es vasco, mi abuelo era de allí.
- ¡Ah!, ¡que bien mi amor!, dime, ¿Por qué no subimos los dos a echar un polvo, papito?
- Si… ¿Por qué no?

Así comenzó la gran aventura del Largo, lo acaecido aquella noche en el Queens, se corearía más veces en otros muchos lugares y con otras muchas mujeres. Reconozco que me quedé boquiabierto a medida que relataba sus experiencias, no porque repudiase sus actos, mas bien, porque ante mi desfilaban un sinfín de situaciones totalmente ignotas. Una vez restaurada la lucidez, lo acosé a preguntas de todo género sobre ese submundo del que era un completo iletrado. Iker, ejerciendo de Cicerone, las contestó gustoso. Unas cuantas cervezas mas tarde, las palabras se quedaron cortas y nos pusimos en camino a la casa de putas más cercana. Durante el recorrido sentí que estaba desertando a Ruth, a su recuerdo, su esencia y me sentí paradójicamente apenado.

No sé nada de Ruth: CON ELEGANCIA


A Sande, siempre amigo e inspirador.


Empezaba a tener las cosas claras, era hora de dejar de lamentar la ausencia de La Rubia, a fin de cuentas no era más que una alimaña que siquiera merecía el aire que respiraba, debía relegarla de una vez por todas o sucumbiría a la nostalgia, además, desde la inundación, había descuidado un tanto mis obligaciones, las clases en mi Facultad ya se habían iniciado, sin que por el momento contasen con mi presencia, no estaba de más acercarse por allí y ponerse al corriente de las posibles primicias en los temarios, debía permanecer atento a cualquier episodio, el personal docente acostumbraba a hacer maquiavélicas viradas de año en año respecto a los contenidos de la asignaturas y yo tenia irresueltas dos materias del curso anterior.

Ya en Santiago, pude comprobar admirado como el inmueble de Periodismo seguía ubicado en el mismo término, fantástico, ¡solo habían transcurrido tres semanas desde la visita del último espectro, aún estaba a tiempo de esquivar el fatal destino anunciado por mi viejo socio y amigo Jacob Marley!

Lo primero que hice fue acudir al tablón general para tomar buena nota de la distribución de los horarios, descubriendo que la clase de Historia estaba a punto de iniciarse, por lo que me apresuré para no llegar tarde. El profesor era todo un clásico, Don Fandiño, un abultado barbudo un tanto llano, pero sobre todo muy resuelto a la hora de hacer chistes tan evidentes como lastimeros. Solo pude dar un par de empapadas al emboquillado antes de personarse la gigantesca mole del saber en el aula. Comenzó con celeridad su soliloquio: “Señores, como decíamos ayer, Ana Bolena amenazó a Enrique VIII con que su hija Isabel regentaría un día Inglaterra y que lo haría mejor que cualquier hombre”. “Señoritas, tomen nota de este año, 1533, tienen ante ustedes a la primera feminista de la historia, je, je, je”. - Lo que decía, tendencia al chiste infernal.-

La clase de Don Fandiño fue desarrollándose en la misma línea, el vejete, a la vez que trataba de que alguna cosa se nos quedase, aspiraba a lograrlo de forma amana, consiguiendo por cabeza que los presentes no riesen con él, sino de su persona. Luego de profusas carcajadas y burlas dirigidas hacia el pobre hombre, llegó la hora de cambiar de asignatura y decidí aprovechar mi primera visita a la Universidad para firmar la primera latada con el sano objetivo de echar un vistazo en la cafetería, probando suerte a ver si encontraba a algún viejo compañero afanado en una palpitante partida de Mus, no sin antes hacer voto de no probar el café, consciente de su mala calidad. Su emboque, sin llegar a ser exquisito no resultaba desagradable al paladar, lo que aterrorizaba era sus consabido efecto drástico. A primera hora de la mañana, los arriesgados que se aventuraban a catarlo, abandonaban el perímetro con el rostro angosto y desencajado, apresurándose a aliviar la desazón intestinal como si hubieran avistado al mismísimo demontre y esto lo sé a priori y posteriori, sobre todo a posteriori.

Pedí pues, Coca-Cola, de bote, la que más agradezco, supongo que porque tiene mayor cantidad de gas que la embotellada y siempre me ha perturbado la sensación que provocan las burbujas en mi garganta hasta invocar a las lagrimas. Desde la alzaprima me puse a otear el firmamento de mesas del local, como he dicho, en busca de alguna cara familiar, hasta que acerté a ver a Ana, al tiempo que ella me reconocía entre la multitud, brotando jubilosamente ambos al encuentro. Me abrazó fuertemente, yo también me emocioné al verla.
Ana y yo nos conocimos el día del debut, en la primera clase del primer curso, y desde ese primer soplo congeniamos estupendamente. Posee un carácter similar al mío, introvertida, salvo para la gente de confianza, los menos, y un sentido pragmático que le hace cometer los errores que exclusivamente desea paladear, nunca los producidos por la ignorancia o la temeridad. Además, tiene muy presentes sus experiencias, jamás vuelve a tropezar con la misma piedra y aparte de todo lo que detallo, es una chica estupenda, ¡qué coño!: Si te quiere entrega todo cuanto posee y ante los que son extraños para ella, y te dañan, es irracionalmente maravillosa, no le perdona la vida a nadie surto en el postrero minuto.
Hacía tres meses que no nos veíamos, desde aquellos interminables Finales de Junio, antes de que se marchara a lpswich, donde cada año disfrutaba sus vacaciones a la vez que perfeccionaba el idioma sajón, imprescindible en la futura profesión, sobre todo teniendo en cuenta sus pretensiones, nada menos que lograr ser corresponsal en un país extranjero de cualquier canal de televisión que le ofertase la plaza. Como teníamos tantas cosas que compartir, se nos hizo arduo mantener un dialogo huérfanode atropellos, ya se sabe, lo que cuenta uno le recuerda otra cosa al otro, y se termina hablando de la próxima candidatura del PSOE a las Generales. Por lo que me ilustró, el pasado verano había tenido un pequeño coqueteo en Inglaterra, un tal Gary que en un principio parecía ser hombre de los ensueños de cualquier fémina, a saber, alto, bien parecido, buenos modales, teorizante pero si excederse en la ensoñación, para finalmente descolgarse siendo uno de esos idiotas que aspiran a hacer creer que lo que dicen es lo que con certeza piensan y de esa manera actúan, a la postre, uno de esos espantajos que por el hecho de poseer medio cerebro se creen que sus bosquejos son indiscutiblemente axiomáticos, dogmáticos. Claro que no fue a dar con la insulsa adecuada a la que fascinar con sus simplezas, Ana no tardó en percibir el talante del apolíneo Gary y le conminó a reunirse con Cooper, inmensurable delator durante la caza de brujas del McCarthismo. No parecía afectarse mientras relataba el chasco, por lo que no concedí demasiada importancia al infame desencuentro.
Inevitablemente, me toco el turno de réplica, y he de confesar que pese a la incontestable seguridad que tengo depositada en Ana incluso en estos días, no me seducía en aquellos momentos abordar el forzoso argumento que seria inadmisible regatear, dolía hacerlo por enésima vez, pero tras múltiples digresiones, no tuve otro remedio, al apuntarlo ella directamente.

- Bueno, ¿Qué tal con Ruth?
- Lo hemos dejado— Confesé apesadumbrado.
- Vaya… que sorpresa… ¿Y por que ha sido?
- Porque ella lo ha querido así. No puso nada de parte para que lo nuestro saliese a flote, que te voy a contar…
- Aun la quieres, ¿verdad? -
- Supongo que sí, aunque dudo si ella o a su recuerdo idealizado, a al recuerdo de los buenos momentos junto a ella.
- Mira tío, espero que no te ofendas por lo que voy a decirte, pero no me sorprende, siempre he tenido la sensación de que esa impresentable se dejaba querer y nada más, me cuesta recordarla besándote… Escúchame bien, nadie, ¿me oyes?, nadie merece la pena tanto para que alguien como tú sufra. Esa tía te ha robado la sonrisa, no seas idiota y reacciona, ya vendrá quien te sepa valorar.- En las siguientes tres horas en compañía de mi amiga no volvimos a retomar el tema La Rubia. Cuando llegó la hora de tomar el autobús en dirección La Coruña, nos instamos a volver a vernos en breve para tomar un café y continuar nuestra parrafada. Mientras todavía vislumbraba el semblante de Ana tras el vidrio, despidiéndose con una sonrisa, sus amonestaciones aturdían mi cabeza sin que pudiera evitarlo, no le faltaba razón, de hecho esa misma mañana había abandonado el hogar familiar moliendo algo parejo, pero tal vez en ello radicaba el inconveniente, continuaba pensando en Ruth, aunque proyectase arrinconarla.