No sé nada de Ruth: CON ELEGANCIA


A Sande, siempre amigo e inspirador.


Empezaba a tener las cosas claras, era hora de dejar de lamentar la ausencia de La Rubia, a fin de cuentas no era más que una alimaña que siquiera merecía el aire que respiraba, debía relegarla de una vez por todas o sucumbiría a la nostalgia, además, desde la inundación, había descuidado un tanto mis obligaciones, las clases en mi Facultad ya se habían iniciado, sin que por el momento contasen con mi presencia, no estaba de más acercarse por allí y ponerse al corriente de las posibles primicias en los temarios, debía permanecer atento a cualquier episodio, el personal docente acostumbraba a hacer maquiavélicas viradas de año en año respecto a los contenidos de la asignaturas y yo tenia irresueltas dos materias del curso anterior.

Ya en Santiago, pude comprobar admirado como el inmueble de Periodismo seguía ubicado en el mismo término, fantástico, ¡solo habían transcurrido tres semanas desde la visita del último espectro, aún estaba a tiempo de esquivar el fatal destino anunciado por mi viejo socio y amigo Jacob Marley!

Lo primero que hice fue acudir al tablón general para tomar buena nota de la distribución de los horarios, descubriendo que la clase de Historia estaba a punto de iniciarse, por lo que me apresuré para no llegar tarde. El profesor era todo un clásico, Don Fandiño, un abultado barbudo un tanto llano, pero sobre todo muy resuelto a la hora de hacer chistes tan evidentes como lastimeros. Solo pude dar un par de empapadas al emboquillado antes de personarse la gigantesca mole del saber en el aula. Comenzó con celeridad su soliloquio: “Señores, como decíamos ayer, Ana Bolena amenazó a Enrique VIII con que su hija Isabel regentaría un día Inglaterra y que lo haría mejor que cualquier hombre”. “Señoritas, tomen nota de este año, 1533, tienen ante ustedes a la primera feminista de la historia, je, je, je”. - Lo que decía, tendencia al chiste infernal.-

La clase de Don Fandiño fue desarrollándose en la misma línea, el vejete, a la vez que trataba de que alguna cosa se nos quedase, aspiraba a lograrlo de forma amana, consiguiendo por cabeza que los presentes no riesen con él, sino de su persona. Luego de profusas carcajadas y burlas dirigidas hacia el pobre hombre, llegó la hora de cambiar de asignatura y decidí aprovechar mi primera visita a la Universidad para firmar la primera latada con el sano objetivo de echar un vistazo en la cafetería, probando suerte a ver si encontraba a algún viejo compañero afanado en una palpitante partida de Mus, no sin antes hacer voto de no probar el café, consciente de su mala calidad. Su emboque, sin llegar a ser exquisito no resultaba desagradable al paladar, lo que aterrorizaba era sus consabido efecto drástico. A primera hora de la mañana, los arriesgados que se aventuraban a catarlo, abandonaban el perímetro con el rostro angosto y desencajado, apresurándose a aliviar la desazón intestinal como si hubieran avistado al mismísimo demontre y esto lo sé a priori y posteriori, sobre todo a posteriori.

Pedí pues, Coca-Cola, de bote, la que más agradezco, supongo que porque tiene mayor cantidad de gas que la embotellada y siempre me ha perturbado la sensación que provocan las burbujas en mi garganta hasta invocar a las lagrimas. Desde la alzaprima me puse a otear el firmamento de mesas del local, como he dicho, en busca de alguna cara familiar, hasta que acerté a ver a Ana, al tiempo que ella me reconocía entre la multitud, brotando jubilosamente ambos al encuentro. Me abrazó fuertemente, yo también me emocioné al verla.
Ana y yo nos conocimos el día del debut, en la primera clase del primer curso, y desde ese primer soplo congeniamos estupendamente. Posee un carácter similar al mío, introvertida, salvo para la gente de confianza, los menos, y un sentido pragmático que le hace cometer los errores que exclusivamente desea paladear, nunca los producidos por la ignorancia o la temeridad. Además, tiene muy presentes sus experiencias, jamás vuelve a tropezar con la misma piedra y aparte de todo lo que detallo, es una chica estupenda, ¡qué coño!: Si te quiere entrega todo cuanto posee y ante los que son extraños para ella, y te dañan, es irracionalmente maravillosa, no le perdona la vida a nadie surto en el postrero minuto.
Hacía tres meses que no nos veíamos, desde aquellos interminables Finales de Junio, antes de que se marchara a lpswich, donde cada año disfrutaba sus vacaciones a la vez que perfeccionaba el idioma sajón, imprescindible en la futura profesión, sobre todo teniendo en cuenta sus pretensiones, nada menos que lograr ser corresponsal en un país extranjero de cualquier canal de televisión que le ofertase la plaza. Como teníamos tantas cosas que compartir, se nos hizo arduo mantener un dialogo huérfanode atropellos, ya se sabe, lo que cuenta uno le recuerda otra cosa al otro, y se termina hablando de la próxima candidatura del PSOE a las Generales. Por lo que me ilustró, el pasado verano había tenido un pequeño coqueteo en Inglaterra, un tal Gary que en un principio parecía ser hombre de los ensueños de cualquier fémina, a saber, alto, bien parecido, buenos modales, teorizante pero si excederse en la ensoñación, para finalmente descolgarse siendo uno de esos idiotas que aspiran a hacer creer que lo que dicen es lo que con certeza piensan y de esa manera actúan, a la postre, uno de esos espantajos que por el hecho de poseer medio cerebro se creen que sus bosquejos son indiscutiblemente axiomáticos, dogmáticos. Claro que no fue a dar con la insulsa adecuada a la que fascinar con sus simplezas, Ana no tardó en percibir el talante del apolíneo Gary y le conminó a reunirse con Cooper, inmensurable delator durante la caza de brujas del McCarthismo. No parecía afectarse mientras relataba el chasco, por lo que no concedí demasiada importancia al infame desencuentro.
Inevitablemente, me toco el turno de réplica, y he de confesar que pese a la incontestable seguridad que tengo depositada en Ana incluso en estos días, no me seducía en aquellos momentos abordar el forzoso argumento que seria inadmisible regatear, dolía hacerlo por enésima vez, pero tras múltiples digresiones, no tuve otro remedio, al apuntarlo ella directamente.

- Bueno, ¿Qué tal con Ruth?
- Lo hemos dejado— Confesé apesadumbrado.
- Vaya… que sorpresa… ¿Y por que ha sido?
- Porque ella lo ha querido así. No puso nada de parte para que lo nuestro saliese a flote, que te voy a contar…
- Aun la quieres, ¿verdad? -
- Supongo que sí, aunque dudo si ella o a su recuerdo idealizado, a al recuerdo de los buenos momentos junto a ella.
- Mira tío, espero que no te ofendas por lo que voy a decirte, pero no me sorprende, siempre he tenido la sensación de que esa impresentable se dejaba querer y nada más, me cuesta recordarla besándote… Escúchame bien, nadie, ¿me oyes?, nadie merece la pena tanto para que alguien como tú sufra. Esa tía te ha robado la sonrisa, no seas idiota y reacciona, ya vendrá quien te sepa valorar.- En las siguientes tres horas en compañía de mi amiga no volvimos a retomar el tema La Rubia. Cuando llegó la hora de tomar el autobús en dirección La Coruña, nos instamos a volver a vernos en breve para tomar un café y continuar nuestra parrafada. Mientras todavía vislumbraba el semblante de Ana tras el vidrio, despidiéndose con una sonrisa, sus amonestaciones aturdían mi cabeza sin que pudiera evitarlo, no le faltaba razón, de hecho esa misma mañana había abandonado el hogar familiar moliendo algo parejo, pero tal vez en ello radicaba el inconveniente, continuaba pensando en Ruth, aunque proyectase arrinconarla.

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