SAMURAIS

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Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes
yo vine a llevarme la vida por delante-
Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer morir, eran tan solo
las dimensiones del teatro-
Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
Envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.
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Jaime Gil de Biedma ("No volveré a ser joven")
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La casta de los Samurai se conformaba de guerreros aristócratas regidos por un código denominado Bushido cuyo primer precepto indicaba que un valiente no sigue los pasos de la estupidez, tal vez porque el coraje se presume innato en estos soldados ajenos a los vaivenes del desempleo, el euribor y despóticas parejas absorventes a las que pedir permiso para orinar. De cualquier modo, transcurrido el tiempo, comenzaron a ejercer su cometido de forma contractual, quizás corrompidos por su Daymio, poco seguidor de Confucio, que trató de asegurarse la observancia de estos caballeros untándolos con posesiones y derechos hereditarios, una inteligente estrategia que pudo ser, con perdón, la primera irrupción del capitalismo en el lejano Oriente, aunque como habitualmente hacen, opten por el caso omiso a las elucubraciones del que nunca ha formado parte de esta progenie, que entre otras lacras, mantiene desde niño un nexo inquebrantable con la ira y un graneado idilio con la vesanía que parece no tener fin, eso que mirando de reojo los cuarenta, algún alfa advierte que el león se adormecerá para nunca despertar, pero por desgracia en la mesa de Mathausen se dicen muchas tonterías con extrema seriedad, que lástima.


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