BESTIA A BUEN RECAUDO


El mundo se detiene a medio camino
Con su cielo prendido entre montañas
Y el Alba en ciertas flores que yo conozco
Esconde en tus cabello los secretos de la noche
Esconde las mentiras en tu alma de alegres sombras
Esconde tus alas bajo tus besos
Esconde el collar de tus suspiros bajo tus senos
Esconde la barca de tu lengua en las fuentes de sed
En el Puerto de la boca amarrada
Esconde la luz a la sombra
Las lágrimas al abrigo del viento que va a soplar
Porque tiene derecho a la vida
Como yo lo tengo a la más alta cumbre
Y al abismo que ha caido tan bajo
Esconde las caidas del sueño
Esconde los colores al fondo de los ojos
Esconde el mar detrás del cielo
Y vuelve a subir a la superficie
Para ser tú mismo al sol de los destinos
A flor de mano como el ciego olvidado
Esconde los suspiros de su estuche
Esconde las palabras en su fruto
Y llora la vida en hastío de las cosas.
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Vicente Huidobro (Rincones Sordos)
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Finalizados los innecesarios preliminares, guardemos la pólvora a buen recaudo, en este bendito país al Norte de la Madrileñísima la humedad cala los huesos y malbarata lo inconsistente, superfluo y sumamente redundante, aunque de entre los delirios de este fósil rebrote de vez en cuando alguna tormentosa recapitulación, que bien actúa descansando entre los restos de la mugre, entreverada entre los residuos no orgánicos, porque de tal naturaleza es su repulsiva esencia y su tendencia natural, el eterno retorno a origen, vil, corrupto, despreciable y nauseabundo. Pero dejemos de lado la poética y abandonémonos sin profilaxis a la cruel honestidad, reconozcamos que ciertas horas son para encontrarse solo bebiendo mezcal, magnífica alternativa a la recua de pérfidos ególatras viscosos que solo ansían nuestra compañía en un futil intento de esquivar el abandono, alejados del deseo de nuestra paciencia, comprensión y siempre muy incierta sabiduría. Asumamos pues, que que cierta parte de uno anhela la monotonía, rigurosas pautas que desvelen el tamaño de nuestro enemigo y la intensidad de nuestro esfuerzo, la aventura vació todas sus energías aquella noche en la que despedimos al cadáver de la estupidez en aquel panteón de las causas prohibidas, donde se pudren tus huesos y marchitan tus únicas flores de homenaje, las de tu sepelio. Seamos rectos pues, desnudemos nuestra alma acatando que mantenemos ciertas dudas acerca de la imagen que nos devuelve el espejo, la de ese desconocido que nos recuerda vagamente a uno mismo en otra época, mucho más joven, más enérgico pero tan airado como siempre, al fin y al cabo nos hace recordar el lobo que algunos llevamos dentro, pero que felizmente se encuentra a buen recaudo.


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