AÑEJO

Antes de enjuiciarme petulante e imputarme el delito de la vanidad, impune a los ojos del añorado Vizconde de Valmont, les ruego maduren sus pecados, sin ánimo de que mi arrogancia les conduzca a concluir que imparto exhortos a modo del Nazareno, para eso hay psicólogos de sobra en Teniente General Gómez Zamalloa, donde moran los pendejos, las locas provocadoras y los toxicómanos caidos del árbol por su propio peso, lo más parecido al Infierno de Dante.
Pero que la ira no nos ciegue, no es el día hoy de críticas destructivas, la gnósis de esta sinrazon de diatriba viene al caso para dar réplica a los que dan por muerto al intacto Conde retirado de las tabernas, porque no existe recogimiento ni comportamiento eremita, como deberían saber esos necios opositores a la carcajada, la pena, o a la dilapidación del camino de Manrique. No me encontrarán entre correveidiles, mentecatos, gansos y alcornoques nunca más, siento un visceral escrúpulo a los ignorancia convencida. Sin embargo, mientras el cuerpo aguante, empezando por mañana, aguardo ver en La Tasca a los que ya nada esperan de este hombre, cuya edad ya no le concede dar ningún tipo de explicaciones, pero olvidaba que los amigos nunca las solicitan.

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