CAMINO A LA PERDICION

A Javiero (que no vendrá este Domingo), Luis, Miki y el Tigre.
Como si fuese la última ocasión que abandonaba su domicilio, dirigió una mirada melancólica hacia el interior de la vivienda, para comprobar que todo se encontraba en su sitio, y como solía sucederle, se irritó al ver las arrugas de la alfombra de la Sala. No pudo evitar cerrar la puerta y dirigirse malhumorado hacia el malogrado aspirante a tapiz para corregir su rebeldía, y una vez su estado le pareció idóneo, se marchó silbando feliz, pues pese a lo inconvenientes domésticos, era Domingo, y no había que acudir a la tétrica oficina Dickeniana a helarse de frío.

Helaba. Diría incluso, que con un extraño ensañamiento, ya que las manijas del reloj todavía coqueteaban con las ocho de la tarde de aquel fin de semana de Abril, y el que el aliento de aquel individuo se hacía visible debido al noviazgo entre la humedad y las bajas temperaturas, adornando de blanco su triste figura, que a cada pocos pasos, frotaba sus manos para desentumecerlas. ¿Dónde quedaba aquel “Largo y Cálido Verano”? Seguramente en el saco roto de las ilusiones perdidas, en el zurrón del malvado “Hombre del Saco”, en alguno de esos malditos “viajes” del drogadicto “Simbad el Marino” o tal vez en alguna de las melódicas canciones de la original belleza de Eva Amaral.

Aquel hombre apesadumbrado por su historia, acompasaba sus pasos con un gorrión alojado en su garganta, que trinaba viejas canciones de guerra, acordes prohibidos que le recordaban otra época de su vida en la que sus sensaciones eran extremas, maniqueas. Caminaba firme, y sabía bien a donde. Sus desgastados 41 le dirigían a encontrarla, sumisos hacia los brazos de su amada, aquella rubia que nunca lo defraudó, porque de sobra sabía que su cuerpo se sometía al pacto de su dinero. Por unas pocas monedas podría paladear el ícor de sus labios. No había lugar a la duda, la trigueña lo recibiría como a un príncipe si su bolsillo no se encontraba vacío, y dinero no le faltaba aquella tarde dominical.

Sus piernas presurosas, le condujeron al Obelisco, y su fino olfato le hizo presentir la presencia de su amada. Sin embargo, su paso firme se tornó dubitativo por algo tan nimio como la elección entre dos caminos alternativos que conducen al mismo lugar, no sabía cual tomar, aunque el temblor de sus extremidades fue transitorio, y sin pensárselo demasiado, optó por uno de ellos, el de la Rúa Nueva. Apenas cinco minutos después, frente a la puerta, comprobó como Jaime ya le tenía preparado el Bock de Cerveza con el que aliviar el alma. Había llegado a La Tasca.

1 comentarios:

El baron rojo | 10:49 p. m.

Pocas sensaciones hay más placenteras que la llegada al hogar.

Saludos a los tasqueros y a ver si os animais a comentar.