DULCE PAJARO DE JUVENTUD

Tras el derrumbe del continente de basura de Bens, la Ciudad de Cristal se contaminó de podredumbre, de un aroma a Emmental rancio, que hacía que todos nuestras oraciones rogasen a Eolo el empleo de todos sus esfuerzos a hacerle sombra a Morfeo, no fuese que uno de los repentinos golpes de viento, demasiado asiduos y virulentos durante aquel Agosto de 1.996, diese al traste con nuestras esperanzas de ver crecer a unos hijos que todavía no habían nacido.

Aquel mes de la festividad local, nuestra banda de blues se encontraba asumiendo su fracaso social, su incapacidad histórica de relacionarse con el bello y fuerte sexo, a no ser por meros encuentros casuales con mujeres en transición al coma etílico: Nuestra esperanza era una chica que a cambio de cuatro o cinco copas accedía a brindarnos los placeres de su deseable carcasa a uno de los nuestros, de noche en noche, haciéndonos creer Marlon Brando en las nueve semanas y media que nunca llegó a protagonizar, pero que debió hacerlo, y no el poco aseado y mediocre actor, Rourke.

Pero al contrario de lo que se pueda pensar, las calles no olían a derrota. No llorábamos de portal en portal por la ausencia de compañía femenina, eran tiempos de felicidad indómita, de consenso pandillero, Marta Sánchez tatuada en el brazo izquierdo, de notas en el manido Manifiesto comunista , al que incondicional y unánimemente habíamos consagrado como nuestro libro de cabecera, con la excepción de algún compañero confundido por la letra del de Burgos, de espíritu interesado, manipulador y arraigado en el fascismo, reacio a morir definitivamente, o al menos eso presumíamos. Fueron días de veneración a la esencia poética de Gil de Biedma, de plasmación del “Carpe Diem” del afamado “Capitán Keetting”, de días de gloria de Springsteen, de retorno a Inishfree tras la dura tormenta en Nueva York… Del esperado final de la alternancia vital entre el pesimismo y la felicidad extrema.

Aquel Verano sin embargo, marcó nuestro fin como grupo. La vida nos contagió de su sentido bíblico, y fuimos conociendo a nuestras futuras ex esposas y con ellas, el punto más temido de la ortografía castellana como entidad colectiva. Optamos por cargarnos de obligaciones, deberes y avidez por el dinero, indispensable el vil para garantizarnos cierto nivel de vida, nunca querido para nosotros, pero imprescindible para que ellas no decidiesen abandonar el barco. Embobados por el estado transitorio de estupidez de Gasset, rescindimos aquella mítica banda de blues en pro de la estabilidad emocional, de perniciosas relaciones con fecha de caducidad, de quinquenios de sinsabores con final previsible. Cuando el Gato subió por Inés de Castro demandando a sus vecinos que se asomasen a sus ventanas, porque a su domicilio llegaba el más grande, la desintegración de nuestra adolescencia fue un hecho. Se trató de la última canallada, la indecencia final, el colofón a los locos años 20, el inicio de una época de oscuridad, contrapunto de otra de esplendor, la actual, preludio de la desconocida edad media.

1 comentarios:

El baron rojo | 2:09 p. m.

Otra banda se está gestando sr. Conde y con todo el peligro que traen los años y la experiencia.

In the name of bock
(we prade)