VENGA EL VIENTO

Venga el viento, arda mi casa
mejor que bosque de resinas;
caigan rojos y sesgados
el molino y la torre madrina.
¡Mi noche, apurada del fuego,
mi pobre noche no llegue al día!
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Extraido de La Abandonada (Gabriela Mistral)

Solo la inquina le permitía abandonar aquellas sábanas ambarinas que le cobijaban entre sus estrías, la misma que demandaba a voz en grito la presencia de un tranquimazin que acallase sus fantasmas, que cada noche con premura, afluían rigurosos a su cita con aquella mujer que algún día fue joven, pero en la que el transcurrir del tiempo, había hecho una atroz fractura en su figurada, idílica e imperecedera belleza. Atrás quedaban los años de cortesana, de Valmont, de galantes aspirantes a servir la paleta del azúcar con el que equilibrar el medio cítrico con el que acostumbrabra a envenenar el té, de largos paseos con los canes frivolizando sobre el devenir de la vida y de cenas en el Moulin Rouge, acabado el caudal, finalizado el ritual, muerta la lozanía, las aspiraciones, la esperanza, la vida. Solo ansiaba enloquecer sin remision, seguir el camino de algún ser querido empujado al abismo del seppuku, evitando para si el dolor de la soledad, del olvido, de las llamadas en sueños de aquel hijo que nunca llegó a sus entrañas, porque ningún hombre tuvo arrestos para concederle su gran anhelo, probablemente aterrados porque la criatura naciese con los estigmas de la madre.

Cerró la puerta del dormitorio no sin antes abrir las ventanas de par en par, en un futil esfuerzo de que aquel ambiente tan cargado se disipase con la entrada del aire fresco, pero ni el viento osó mancillar los góticos aposentos, temeroso por la presencia de aquella vieja Dama que de moza, había retado al mundo, a Dios y que hoy escucha conversaciones de dominó de un cuarteto de borrachos, revisa con ansiedad sus erosionadas fotos y continúa tratando de engañar a los pocos que escuchan sus marchitos delirios de grandeza, cada vez menos.


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