A LAS CINCO DE LA TARDE


A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
Federico García Lorca

Pero no acuciemos a los acontecimientos, todavía es madrugada, no oscurece pero aún no pavonea el sol, la noche todavía nos puede conceder los presentes cautivos, que aunque generosa hasta la fecha, podría alcanzar una prodigalidad inesperada y contingente entregándonos a los brazos de la misma locura, la última. Concédanos pues, el temple imprescindible para poner linde a nuestro pujante brio, para que el tiempo que nos queda por vivir haga justicia al concedido por los astrágalos, la mesura para controlar un exceso de pujanza que podría dar al traste con nuestras ansias de trascender, ahora que por fin lo justo, nos parece tan necesario.

No lamentemos por tanto el alumbramiendo del elegido para corregir nuestra esquela, dar sepultura a los huesos y fisgar en nuestra boca alzada a la caza de una pieza dorada con la que tapar algún agujero indiscreto, coge fuerza para que en el terrible Ulterior sus piernas sostengan sólidas el traje de pino que nos ha de llevar al Valle de Josafat y que no las haga temblar hasta el bochornoso ridículo de entregarnos a la tierra sin haber profanado su vientre, pero entretanto se estira irremisiblemente, sigamos escuchando la brisa del mar, el bohemio sonido de un acordeón en la Calle Real, el incomprensible soliloquio de un borracho en una cantina y contemplando aquiescentes los hermosos amaneceres teñidos de gris, porque el caballero siquiera es aprendiz y hoy todavía presumimos de acomodarnos en los taxi por nuestro propio pie, aunque en el remate, amanezca sin posibilidad de interponer recurso ni exista piedad para los pecadores.



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