CABALLO SALVAJE


Mientras se extingue el aroma de sus rosas, las canciones le recuerdan momentos de mayor fortuna y las fotos de alguno de sus álbumes, revelan el fracaso de la soberbia, la cosecha de todos aquellos años sembrados de vanidad y arrogancia. Brota una lágrima, contempla que al techo le hace falta una mano muy amiga de pintura, y recuerda a Gabriel, el sueño que se escapó a Londres harto de estar harto. Pone en vareda a sus sentimientos, no es cosa de que alguien sospeche que ha llorado, debe guardar una imagen, fría, segura, decidida, todo aquello que no es, el disfraz con el que aquel hombre no fue capaz de convivir, aquella amarga lista de sinsabores de los que levantó acta en un papel antes de abandonarla en defensa propia. El tiempo ha transcurrido carente de piedad para ella, y solo Enrique trata de domar sus caballos salvajes, pero hace un rato que ha salido a comprar tabaco, y está tardando demasiado...


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