Ayer visité a Belén y Alfredo en su recién adquirido chalet en Gandarío, castillo a salvo de la temida arena y ruidos de la no menos inquietante playa sita apenas a quinientos metros de la construcción. Mientras mis hospitalarios anfitriones trabajaban de lo lindo para adecuar la mesa y preparar la comida, aguardé por las pitanzas conversando con el hijo de la Cruz, Jorgito y su buen amigo Álvaro. Uno que nunca fue bueno ni por casualidad, interés o mediación divina, entretuvo a los pequeños con arcanas historias infantiles acerca de peleas, guerras y dios sabe que clase de atrocidades que durante esos años garantizaron a mi familia un perpetuo abono al Trankimazin y Prozac. Estos hijos de la generación punto-com permanecieron impávidos durante casi una hora escuchando la seductora oratoria de este pobre abuelete condenado a ser juglar de mentes sin formar, interesándose en sobremanera en la operativa de la fabricación de una escopeta de pinzas. Mi vanidad imperdonable encontró castigo, no hubo apelación, me vi obligado a construirles la terrible arma a cada uno de los niños.
Pero antes de eso, mientras lidiaba denodadamente con la traidora hamaca que pretendía risueña entregarme a las garras del duro suelo, Alvarito hizo que despertase en mi interior de un prolongado letargo una parte importante de lo que un día fui, cuando me relató con pelos y señales la vida de Ernesto "Che" Guevara, la que hacía pocos meses había tenido la oportunidad de refrescar a través del film "Diarios de Motocicleta". El infante de apenas ocho años me entusiasmó relatando las andanzas del médico metido a libertador e incluso desconcertó una vez finalizado su discurso cubano, cuando mostró un notable interés por las circunstancias de la Guerra Civil Española, declarárandose a la conclusión de mis requeridas explicaciones, como un "rojo", nada menos que el "revolucionario" de su colegio... Camaradas, nuestro futuro permanece asegurado con el pequeño Comandante, el video va por él:
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