EL MITICO CASA ENRIQUE CIERRA SUS PUERTAS

Barcelona fue olímpica cuando el gran Moncho salió vitoreado a hombros en el último de las festejos del entrañable "Compostelano" y con él acérrimo celtista, Veloso, los garbanzos con chorizo que aspiraban a ser callos, el Silviño y las largas noches dominicales , se hacían inmortales . Atrás dejamos "La noche de los generales", aquella en la que el Vallecas había dejado de ser recordman de la hora, el Gato demostraba que el golf era su juego y el Txantxan temía volver a casa tan pronto, puesto que temía preocupar a su madre, no familiarizada con que su vástago arribase a Comandancia antes de que saliese el Sol. Fue entonces cuando Casa Enrique acogió a los restos del naufragio del emblemático bar, para que más de alguno no muriese de pena.

El nuevo centro de operaciones no era tan distinto del anterior, a saber, olor a vinagracho, escasez de papel higiénico, cutronas tapas de queso, y el denominador común, cerveza y problemas con nuestras díscolas parejas, más amantes ellas de cierto glamour que nunca supieron encontrar entre las paredes de la nueva pagoda shintoista. Pero sobre todo, ofrecía la posibilidad de reunirnos en torno a una mesa para dar rienda suelta a nuestros pensamientos en interminables tertulias dadas al traste por la hora de cierre. Durante años fue el punto de encuentro de diversas generaciones, a partir de Julio, será una joyería, nuestro particular Moulin Rouge, una joyería...

Gracias Víctor por la noticia del "New York Times".

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