Nuevas disposiciones de la noche,
En calles resonantes la oscuridad tenía
¡Largas últimas horas,
Y sentirse morir por cada pelo
La luz amarillenta, la escalera
Jaime Gil de Biedma
Puedes atrapar el viento, llevar a casa el mar, evitar que pase el tiempo, pero no puedes, no puedes dejar el rock.
En el ya lejano 1.999 escuché por vez primera esta estrofa de la canción de Los Suaves mientras trataba de hallar el rumbo perdido tras el inesperado naufragio en la Isla de los hippies. Tras confesarme institucionalizado y hallarme corrupto y sucio, sentí la necesidad irrefrenable de reencontrarme y reté al viento y mar en busca de una segunda oportunidad, que dos Jack Daniels después de la fuga, hallé entre los brazos de la lozana andaluza, aunque en ocasiones me vi forzado a picar entre horas para asombro, irritación y crispación de los hoy devotos de julandrones. Estos mis entonces acreedores morales, jamás actuaron con la misma indignación con aquel mal recuerdo que únicamente me aportó catar las croquetas congeladas de frudesa, que por más que me diga el querido y añorado Gato que de todo se aprende, incluso de las malas experiencias, siempre le replico que no es necesario probar la cocaina para saber que es dañina, para muestra el agua de fuego de Gold o el sainete de esta noche, que junto a la Condesa, recordaremos que otrora fuimos más jóvenes, pero menos expertos y más porfiadores. Por si alguna duda quedase, mañana repetiremos experimento junto a Marquitos, Pablito, Barón Rojo, Stone y Valmont, no sea que la noche se olvide de nosotros, incapaces de que pase una semana sin evocar sus aromas malintencionados.
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