
De repente llegan noticias de ella. La han visto con un tipo escrupuloso cuyo aspecto poco o nada tiene que ver con el tuyo. El personaje antitético firma el fin de la miserable comedia, aniquila la vana esperanza de que un vuelco caótico os trasladara a aquella suite nuevamente, y sin embargo lo inevitable apenas duele, resulta ser el bálsamo perfecto para exhortizar el demonio que te sonrroja, aquellos años de hábito que hoy reconoces lastimosa monotonía. Acudes a la nevera, todavía quedan unos fideos con tomate del mediodía. Los acompañas de una cerveza más e investigas sobre las inquietudes de la extraña mujer que te ha acompañado a casa esta noche, después de mucho tiempo muestras interés por algo, cuelgas en la puerta el cartel de no hay billetes. Mañana será algo más que un adverbio de tiempo, y el show debe continuar.
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