No sé nada de Ruth: CON ELEGANCIA


A Sande, siempre amigo e inspirador.


Empezaba a tener las cosas claras, era hora de dejar de lamentar la ausencia de La Rubia, a fin de cuentas no era más que una alimaña que siquiera merecía el aire que respiraba, debía relegarla de una vez por todas o sucumbiría a la nostalgia, además, desde la inundación, había descuidado un tanto mis obligaciones, las clases en mi Facultad ya se habían iniciado, sin que por el momento contasen con mi presencia, no estaba de más acercarse por allí y ponerse al corriente de las posibles primicias en los temarios, debía permanecer atento a cualquier episodio, el personal docente acostumbraba a hacer maquiavélicas viradas de año en año respecto a los contenidos de la asignaturas y yo tenia irresueltas dos materias del curso anterior.

Ya en Santiago, pude comprobar admirado como el inmueble de Periodismo seguía ubicado en el mismo término, fantástico, ¡solo habían transcurrido tres semanas desde la visita del último espectro, aún estaba a tiempo de esquivar el fatal destino anunciado por mi viejo socio y amigo Jacob Marley!

Lo primero que hice fue acudir al tablón general para tomar buena nota de la distribución de los horarios, descubriendo que la clase de Historia estaba a punto de iniciarse, por lo que me apresuré para no llegar tarde. El profesor era todo un clásico, Don Fandiño, un abultado barbudo un tanto llano, pero sobre todo muy resuelto a la hora de hacer chistes tan evidentes como lastimeros. Solo pude dar un par de empapadas al emboquillado antes de personarse la gigantesca mole del saber en el aula. Comenzó con celeridad su soliloquio: “Señores, como decíamos ayer, Ana Bolena amenazó a Enrique VIII con que su hija Isabel regentaría un día Inglaterra y que lo haría mejor que cualquier hombre”. “Señoritas, tomen nota de este año, 1533, tienen ante ustedes a la primera feminista de la historia, je, je, je”. - Lo que decía, tendencia al chiste infernal.-

La clase de Don Fandiño fue desarrollándose en la misma línea, el vejete, a la vez que trataba de que alguna cosa se nos quedase, aspiraba a lograrlo de forma amana, consiguiendo por cabeza que los presentes no riesen con él, sino de su persona. Luego de profusas carcajadas y burlas dirigidas hacia el pobre hombre, llegó la hora de cambiar de asignatura y decidí aprovechar mi primera visita a la Universidad para firmar la primera latada con el sano objetivo de echar un vistazo en la cafetería, probando suerte a ver si encontraba a algún viejo compañero afanado en una palpitante partida de Mus, no sin antes hacer voto de no probar el café, consciente de su mala calidad. Su emboque, sin llegar a ser exquisito no resultaba desagradable al paladar, lo que aterrorizaba era sus consabido efecto drástico. A primera hora de la mañana, los arriesgados que se aventuraban a catarlo, abandonaban el perímetro con el rostro angosto y desencajado, apresurándose a aliviar la desazón intestinal como si hubieran avistado al mismísimo demontre y esto lo sé a priori y posteriori, sobre todo a posteriori.

Pedí pues, Coca-Cola, de bote, la que más agradezco, supongo que porque tiene mayor cantidad de gas que la embotellada y siempre me ha perturbado la sensación que provocan las burbujas en mi garganta hasta invocar a las lagrimas. Desde la alzaprima me puse a otear el firmamento de mesas del local, como he dicho, en busca de alguna cara familiar, hasta que acerté a ver a Ana, al tiempo que ella me reconocía entre la multitud, brotando jubilosamente ambos al encuentro. Me abrazó fuertemente, yo también me emocioné al verla.
Ana y yo nos conocimos el día del debut, en la primera clase del primer curso, y desde ese primer soplo congeniamos estupendamente. Posee un carácter similar al mío, introvertida, salvo para la gente de confianza, los menos, y un sentido pragmático que le hace cometer los errores que exclusivamente desea paladear, nunca los producidos por la ignorancia o la temeridad. Además, tiene muy presentes sus experiencias, jamás vuelve a tropezar con la misma piedra y aparte de todo lo que detallo, es una chica estupenda, ¡qué coño!: Si te quiere entrega todo cuanto posee y ante los que son extraños para ella, y te dañan, es irracionalmente maravillosa, no le perdona la vida a nadie surto en el postrero minuto.
Hacía tres meses que no nos veíamos, desde aquellos interminables Finales de Junio, antes de que se marchara a lpswich, donde cada año disfrutaba sus vacaciones a la vez que perfeccionaba el idioma sajón, imprescindible en la futura profesión, sobre todo teniendo en cuenta sus pretensiones, nada menos que lograr ser corresponsal en un país extranjero de cualquier canal de televisión que le ofertase la plaza. Como teníamos tantas cosas que compartir, se nos hizo arduo mantener un dialogo huérfanode atropellos, ya se sabe, lo que cuenta uno le recuerda otra cosa al otro, y se termina hablando de la próxima candidatura del PSOE a las Generales. Por lo que me ilustró, el pasado verano había tenido un pequeño coqueteo en Inglaterra, un tal Gary que en un principio parecía ser hombre de los ensueños de cualquier fémina, a saber, alto, bien parecido, buenos modales, teorizante pero si excederse en la ensoñación, para finalmente descolgarse siendo uno de esos idiotas que aspiran a hacer creer que lo que dicen es lo que con certeza piensan y de esa manera actúan, a la postre, uno de esos espantajos que por el hecho de poseer medio cerebro se creen que sus bosquejos son indiscutiblemente axiomáticos, dogmáticos. Claro que no fue a dar con la insulsa adecuada a la que fascinar con sus simplezas, Ana no tardó en percibir el talante del apolíneo Gary y le conminó a reunirse con Cooper, inmensurable delator durante la caza de brujas del McCarthismo. No parecía afectarse mientras relataba el chasco, por lo que no concedí demasiada importancia al infame desencuentro.
Inevitablemente, me toco el turno de réplica, y he de confesar que pese a la incontestable seguridad que tengo depositada en Ana incluso en estos días, no me seducía en aquellos momentos abordar el forzoso argumento que seria inadmisible regatear, dolía hacerlo por enésima vez, pero tras múltiples digresiones, no tuve otro remedio, al apuntarlo ella directamente.

- Bueno, ¿Qué tal con Ruth?
- Lo hemos dejado— Confesé apesadumbrado.
- Vaya… que sorpresa… ¿Y por que ha sido?
- Porque ella lo ha querido así. No puso nada de parte para que lo nuestro saliese a flote, que te voy a contar…
- Aun la quieres, ¿verdad? -
- Supongo que sí, aunque dudo si ella o a su recuerdo idealizado, a al recuerdo de los buenos momentos junto a ella.
- Mira tío, espero que no te ofendas por lo que voy a decirte, pero no me sorprende, siempre he tenido la sensación de que esa impresentable se dejaba querer y nada más, me cuesta recordarla besándote… Escúchame bien, nadie, ¿me oyes?, nadie merece la pena tanto para que alguien como tú sufra. Esa tía te ha robado la sonrisa, no seas idiota y reacciona, ya vendrá quien te sepa valorar.- En las siguientes tres horas en compañía de mi amiga no volvimos a retomar el tema La Rubia. Cuando llegó la hora de tomar el autobús en dirección La Coruña, nos instamos a volver a vernos en breve para tomar un café y continuar nuestra parrafada. Mientras todavía vislumbraba el semblante de Ana tras el vidrio, despidiéndose con una sonrisa, sus amonestaciones aturdían mi cabeza sin que pudiera evitarlo, no le faltaba razón, de hecho esa misma mañana había abandonado el hogar familiar moliendo algo parejo, pero tal vez en ello radicaba el inconveniente, continuaba pensando en Ruth, aunque proyectase arrinconarla.

No se nada de Ruth: NO SE PUEDE TAPAR EL SOL


A Fernandito. No huyas de la verdad, te hará libre.

No sabría decir que es peor, contemplar como una relación se consume inexorablemente, o padecer los efectos de una ruptura consumada. En mi caso, no tener a Ruth me enfermó más que retenerla sin recibir sus caricias. Durante las tres semanas posteriores a nuestro último encuentro apenas salí a la calle, no hallaba incentivo alguno en hacerlo, cada recoveco parecía haber atrapado su esencia y tenía la sensación de que era la única pieza de la urbe siquiera salpicada por ella. Despertaba entre lágrimas y caía en brazos del sueño agotado por los lamentos, un sinvivir hacia una muerte anhelada que tardaba en sobrevenirme.

Cada día me atormentaban los mismos fantasmas, no habría un mañana, otra sesión de cine, otra cena juntos, otro viaje, otro motel furtivo en el que amarse, otra puesta de sol... Me martirizaba tratando de encontrar explicaciones de cómo había regresado la sordidez a mi vida, de porque había perdido su cariño. Durante esos tres años me había entregado en cuerpo y alma a hacerla feliz, a suministrarle todo el cariño que podía dar, a agradecer a los cielos la fortuna concedida por enviarme un ángel. Con gran dolor, Era incapaz de asimilar su ausencia.

Sin embargo, ella nunca llegó a quererme, por pura esencia, cuando contemplaba la posibilidad de que podía enamorarse, solía expulsarlo de su lado alegando que se creía demasiado joven para afrontar una relación definitiva, estéril resultaba tratarla con pies de plomos o entregarle el aval de Shylock, no quería deternerse ante nada ni nadie, ella era lo primero, los demás, solo peones en el inmenso tablero de su vida. No fui una excepción a su defensa española.

En aras a curar el mal de amores, trataba de revisar su elenco de virtudes, vanidad, mal carácter, soberbia, excesivo orgullo, necesidad de destacar por encima de los demás...Poco o nada tenían que ver con mi forma de ser, lejos de ser malcriado y caprichoso. Pese a ello, la maldición no cesaba y seguía queriéndola, odiándome por ello. Mientras, los días se íban sucediendo y me encontraba tan hundido, desorientado, que apenas lograba recordar el infierno del último año, la larga travesía en medio del desierto de su corazón, solo Ruth, solo podía concentrarme en ella, en que por arte de magia se le ocurriese marcar mi número de teléfono, lo que jamás llegó a ocurrir, dejando claro que se encontraba mucho mejor sin mi y que el tiempo no pasa tan rápido como dicen que lo hace.

Más que por ilusión, por cansancio, decidí restaurar el equilibrio perdido, coger el toro por los cuernos, que otra cosa podía hacer, olvidar lo más rápido posible, encerrado en mi cuarto no hacía otra cosa que fumar sin parar y dejar que las horas transcurriesen sin sentido. Opté por abandonar el viciado e irrespirable aire que se concentraba entre las cuatro paredes de la improvisada celda y salir a la calle. Precisamente, Antonio me realizó una llamada, dando al traste la énesima ilusión de que al otro lado de la línea se encontrase Ruth, con quien hubiese preferido tomarme unas cervezas en lugar de con mi amigo, pero no obstante, no desperdicié la oportunidad de reemprender el vuelo, quemaríamos juntos todos los bares de la ciudad, cerraríamos todos los pubs y seguramente el último, lo abandonaríamos acompañados de dos chicas con ganas de juerga.

Me duché apresurado y tal vez por ello me empapé de perfume como un quinceañero e incluso mis huesos toparon con el suelo mientras trataba de entubarme los pantalones. Agarré la primera cazadora que tenía a mano y puse fin a mi hermetismo, quería creer que en el exterior todavía quedaban cosas que merecían la pena.

Fijamos nuestro encuentro en La Luna, una cafetería de amanerados donde se congregan los cachorros de la burguesía coruñesa. Nunca me han gustado esos ambientes, pero Antonio siempre ha tenido un ramalazo pijo que no trata de ocultar. Confundido entre las mezcolanza de colonias de esos jóvenes engominados con problemas de dicción, mi cautiverio tocaba su fin y tras unos cuantos codazos para abrirme paso entre esos extraños seres con curioso acento, alcancé a ver al fondo del local la cara de mi amigo, distorsionada por el vidrio de la jarra de cerveza que se aposentaba en la mesa que ocupaba, al tanto de mi irrupción entre esa juramenta de necios. Aproveché el paso próximo de un camarero para hacerme con otra. Por avistarme y haber sido testigo de la conversación con el chico, Toño esbozó una amplia sonrisa correspondida por otra por mi parte.

  • !Que tal pirata!- exclamó Antonio.
  • Bien...-respondí sin mucho entusiasmo.
  • Te veo bajo muchacho- Desde que el muy cretino había visto Annie Hall, había incorporado machaconamente la palabra muchacho a su vocabulario, empleándola del mismo modo que el tipo que se dirige así a Woody Allen durante todo el film, con cierta condescendencia, lo cual me sacaba de quicio.
  • ¿que te pasa muchacho?-Insistió al no darse por satisfecho con la primera respuesta-
  • La revolución ha muerto. Siempre me he creido un utopista ilimitado y la verdad nunca me he esforzado en dejar de serlo. Ahora sé que Ruth no es Anastasia pero poco importa ya, como te he dicho, la revolución ha muerto, con independencia de que ella sea una Romanov, ha caido por cuestiones más importantes que la posible descendencia del Zar Nicolás-
  • ¿Que dices?-Preguntó sorprendido mi amigo- Me encantaba martirizarlo de esta forma, contándole extravagantes sainetes que de antemano sabía no atinaría a comprender.
  • Quiero decir que, no son relevantes mis sentimientos hacia La Rubia, Ruth no quiere saber nada de mi y eso es lo importante- Me expliqué a duras penas, sin otorgar el verdadero sentido a la delirante reflexión que lo había desconcertado-.
  • Pero muchacho, ¿te das por vencido después de todo lo que habéis pasado juntos?
  • Tio, a ti que te gusta tanto Sabina, ¿no sabes que el destino es un maricón?¿Que demonios quieres que haga? Joderme y punto, sus explicaciones resultan tan pueriles y absurdas que no consigo llegar a otra conclusión... Se aburría, se aburría... Si no hubiese estado tan preocupada por estar perennemente acompañada por sus amigas íntimas no se hubiese aburrido tanto, !menudo soy yo para ir de juerga!...Solo era el segundo plato amigo mío, el pañuelo de lágrimas para los malos momentos, en los buenos, le sobraba. Es una miserable, ¿verdad? ¿te lo puedes creer? Incluso llegó a decírmelo, Christian, tú no eres una prioridad para mi, naturalmente, no me paso la vida hablando de los disparos del sábado pasado, ni fumando canutos sin parar con cuatro melenudos guarros con tanta mierda en el cabello como en el interior de su cabeza...Valores como el cariño, el amor sincero, la amistad resultaban irrelevantes frente al hachis, la farlopa o el conocer gente, !Joder, cuanto la odio!, !Es increíble que poca importancia ha dado desde siempre a la gente que la quiere de verdad! !No como a esa zorra de mierda de Lydia que se la mete doblada cuando puede! Ahora eso sí, yo tengo los peores defectos del mundo, soy irascible, un sobón, siempre estoy pensando en lo mismo, !Como si fuese demasiado dos veces al año! !Joder, cuanto daño me ha hecho esa condenada bruja!
  • Bueno...En fin...¿Has ido a ver Sommersby, la última de Richard Gere?-Así es Antonio y así hay que quererlo. Tu vida puede estar despedazándose por completo que cuando se aburre de escucharte cambia de tema a la velocidad de la luz. A veces pienso que mis inquietudes le importan un pimiento y otras, que no entiende nada de lo que le digo. No sé, insisto, hay que quererlo tal cual es, en el fondo y en la superficie, a su manera, me quiere.

Opté por introducirme en su diálogo de besugos sin más, si seguía dando rienda suelta a mi exacerbado odio por Cruella me saldría un sarpullido en la piel, además, la jarra de cerveza estaba medio vacía y consideré excesiva la proporción de tres cuartos de agua de nuestro cuerpo, pedí la segunda y una vez consumida, continuamos mi epopeya después de tanto tiempo enclaustrado, de cantina en cantina, sin que mi alma encontrase un cuerpo al que acariciar, siquiera el de los cien quilos con la que tome unas copas en el Glass.

La mañana siguiente fue de órdago a la grande, mis ojos eran incapaces de abrirse, mi cabeza amenazaba con resquebrajarse y en cualquier momento mi estómago, con estallar en erupción. Aún con todo, a eso de la una de la tarde, logré despistar a las sábanas y a duras penas, arrastrarme al cuarto de baño para expulsar lo que unas horas antes me había costado tanto dinero adquirir. Unos minutos más tarde me sentí aliviado, aunque con una honda sensación de debilidad que dificultaba mantenerme equilibrado. Horas más tarde, a no ser por un intenso dolor de cabeza, el parte físico reflejaba una notoria progresión, no así el psíquico. Lo que había pretendido enterrar la otra noche no solo seguía ahí, sangraba aún más: Ruth, la dulce Rubia que me había robado el alma, la mujer que odiaba querer... Me encontré justificando cada una de sus agresiones, las conclusiones de las que había hecho partícipe a Antonio ahora se me presentaban desde otro ángulo de visión, transformaba todas y cada una de sus maldades hasta entenderlas como vicios propios de la edad, residuos que perduraban de una adolescencia mal curada. Incluso, hallé explicaciones al fracaso en mi mismo, cuando mis actos no fueron siquiera tales, solo reacciones, simplemente reacciones... Pero de que sorprenderse, de igual forma me había comportado durante un trienio, para que negarlo, si no como lo hubiese soportado...Durante esa época la quise más que ella a mi, cualquiera que nos conociera puede aseverarlo, a nadie se le escapaba quien hacía de rey y quien de vasallo, cruel papel que me tocó desempeñar, despreciado por una reina que solo me quería cuando quería, apartándome de su lado con sus ademanes, careciendo de piedad cada vez que me pasaba su independencia por delante de mis narices...Solo fui la pérgola precisa cada vez que no se sentía bien.

Contemplarme travistiéndola de bondad y ternura me hizo reaccionar, era hora de olvidar a esa sucia puerca de ojos azules y gran hermosura, tras la que se ocultaba la hija bastarda de Belcebú.


No se nada de Ruth: DIEM PERDIDI


A Marcos, por darme la idea y por quererme.
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- No pienso seguir discutiendo un segundo más, en el último año no hemos hecho otra cosa y con franqueza, estoy harto. Con esta frase comenzamos a convertirnos en perfectos extraños, el tiempo, lejos de acercarnos, nos distanció aún más, hasta el punto que desconozco que es o ha sido de Ruth, ni me importa.
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Tras esta sentencia firme en la que tácitamente dimos por concluida la relación, el silencio nos cobijó en su gélido regazo, añadiendo la última vivencia juntos, para ambos resultaba extraño encontrarse frente al otro sin emitir término alguno, sufríamos de incontinencia verbal, hablabamos de cualquier cosa que se nos pasase por la cabeza, discutíamos frenéticamente y siquiera respetabamos las liturgias católicas, se trataba de conversar acerca de naderías o reflexionar acerca de los origenes de la vida, cualquier cosa antes que permitir al viento susurrarnos en el oido, desde luego que no falló el dialogo, para que luego digan esos psicólogos de mierda del tres al cuarto.
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El inesperado sosiego fue interrumpido por la aparición de Mónica en El Delicias, una de las innumerables amigas íntimas de La Rubia. La sonrrosada pelirroja venía a firmar el epílogo a nuestra historia de vino y rosas, su boca no cejaba de escupir palabras que en aquellos momentos para mi carecían de trascendencia, y de tenerla, tampoco me hubiera importado cualesquiera que tuviese, solo era capaz de concentrarme en esos ojos azules que un día habían sido míos y que ahora no me miraban con la pasión de antaño: Ruth se me había escapado y por si no fuera poco, la recién llegada me infringía la paliza del mancillado. Cuando abordó el recurrente tema de Ricardo, su novio acólito, un simple Kalasnikov confundido en el paraguero del bar hubiese bastado para que la emprendiese a tiros con esa chica de exageradas proporciones y de caderas improbables, que me estaba dando la murga con ese tipejo de culo estrecho y aires de marqués. Poco a poco fue llegando el resto de la banda, elevándose en consecuencia el nivel de hercios hasta hacerse insoportable el ruido, momento en el que opté por levantarme y despedirme con un simple agur, lo único que se me ocurrió antes de dejar atrás tres años de pasión, fé recuperada y nuevamente extraviada, de vivir para ver, conocer, sentir y amar a Ruth, la eterna adolescente que me racionaba sus besos y caricias, pero que me hizo encontrar más próximo a la felicidad de lo que había estado nunca. La miré esperando un milagro, nada sucedió, claro estaba que uno de los dos ya no quería al otro, y ese, no era yo.
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Conduje mi Vespino hasta la playa de Sabón, tan lejos como podía ir sin arriesgarme a vaciar el depósito de gasolina en el camino de vuelta. Al lado del arenal se erige el legañoso garito al que solía acudir junto a mis amigos durante esas desenfrenadas noches veraniegas, esas en las que nuestras ansias entraban en serio conflicto con la parquedad de nuestros bolsillos. Por el módico precio de mil pesetas, el dueño nos proporcionaba entonces setenta centrilitos de un excelente whisky llamado Mag-5 . Esa noche me vino que ni pintada una oferta tan sugerente, bebí hasta la extenuación, buscando un coma etílico que facilitase mi transición hacia al otro mundo mientras repasaba la película de nuestra vida en común, desde que nos conocimos en aquella fiesta en casa de Quique, hasta los últimos instantes en la cafetería de Cuatro Caminos, unas horas antes. Aquella maldita fiesta. Entre la mediocridad que me rodeaba, una desconocida con botas militares parecía escaparse de tanto servilismo social. Precisamente fue su calzado lo que despertó mi interés, me hizo recordar aquella historia familiar, la de mi tía política, que no se las quitaba ni para dormir en su etapa universitaria en Santiago de Compostela, haciendo gala de una educación republicana en el seno de un clan burgués de facto. Cuando ella y mi tío Luis se enamoraron, se la presentó a la parentela, desconcertando con su aspecto tan desgarbado e indolente con la estética a aquellas mentes rebosantes de prejuicios, que la habían concebido ataviada de Antonio Pernas o incluso de Gianni Versace, jamás con un poncho de varias manos comprado en el restrillo de Ciudad Juárez...Recuerdos, solo recuerdos intangibles y sediciosas ideas me desarbolaban entre vaso y vaso de agua de fuego.
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Terminado el infecto brebaje, el sol comenzó a insinuarse con sus primeros rayos y para evitarle preocupaciones a mi madre, que no a mi padre acostumbrado hace años a mis desmanes, emprendí el camino de vuelta a casa como buenamente pude, el firme no lo era tanto y La Poderosa se tambaleaba, no sin varios sustos durante el trayecto, conseguí alcanzar el hogar, vencer a la cerradura y alojarme entre las sábanas, pero al acostarme, una honda sensación de soledad me sobrevino en el no menos desguarnecido catre, que aquella madrugada ya mañana, íba a soportar uno de los lamentos más patéticos de toda mi vida, cuando el alma comenzó a dolerme como nunca lo había hecho.



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No sé nada de Ruth: PROLOGO



Ronco por la conjura del rancio Cavendish y el recio Blend , consagrado a estas bajuras como corsario indomable, y visiblemente agotado por los efectos secundarios de los números roucos, mientras su embriagada mirada se perdía oteando el horizonte senegalés de la Real, me confesaba la pasada madrugada el otro Conde, el del Athos, que cuarenta Tolstoi después recordaba a su verdugo con cierta compasión, sin atesorar rencor, aunque de tenerla a su merced, no dudaría en ajusticiar a Milady con sus propias manos, puños hipotecados por el odio en esos instantes de pesadilla despierto. Apelando al carácter del clima lo conduje a Las Viudas, y con el nimio esfuerzo de varios pinchos de queso, le arranqué una sonrisa con facilidad sumisa. Suspiré emocionado, un infierno después mi amigo estaba curado, y de Winter, probablemente bajo una manta de mármol, promocionando el Xacobeo en el báter de algún bar, o aterrorizada por los insectos que juguetean entre las sábanas de cartón de su cama cada vez que su conciencia no le permite dormir, cada noche en Insomnia sin Lord Brick.
Nunca olvidé la maleta, precaución inevitable para no emprender un viaje con billete de vuelta. Lo que no abrazaba la valija lo abandoné en el punto de salida, los recuerdos, los sinsabores y las esperanzas de retorno, porque en realidad lo que precisaba imperiosamente eran unas mudas, pasta de dientes y un cepillo con el que exhortizar el emboque amargo. Soltar lastre siempre ha sido mi fuerte, la de un nómada de catres que encontró asilo en una mujer con sangre mexicana, a la que continuo relatándole episodios de mi devenir en la Plaza Garibaldi cuando todos se han marchado a dormir ya. Sin embargo, comprendo a cierta gente que se arraiga a lo que pudo ser y no fue, caminantes que acostumbran a volver la vista atrás para admirar el sendero recorrido, emisarios del dolor que no encuentran consuelo en la jarra más grande de Jaime, los que añoran lo que nunca jamás sucedió, y no hay nostalgia peor que esa, ni antídoto ipso-fáctico al mal de amores, que como la juventud, se cura con el paso del tiempo.

NO SE NADA DE RUTH (NI ME IMPORTA): INTRODUCCION

"No existe posibilidad alguna de comprobar cual de las decisiones es la mejor, porque no existe comparación alguna. El hombre lo vive todo a la primera y sin preparación" (Milan Kundera)
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"El amor es un estado transitorio de estupidez" (Ortega y Gasset)
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"Lo malo no es el amor, sino su incertidumbre" (Stendhal)
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"Lo único que me ha causado dolor es la traición y el abandono" (Truman Capote)
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"Solo se ama lo que no se puede poseer totalmente" (Marcel Proust)"

A la manera del entrañable Valmont, les dejo una pequeña novela que me ruboriza, escrita entre los primeros meses de 1999 y finalizada antes de morir el 2000, sin pretender otra cosa que entretenerles como lo estuve yo, en esa época en que descubrí que efectivamente, la verdad nos hace libres y por lo tanto, dichosos. Espero no arrepentirme de lo que estoy haciendo...