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arañaba la piedra
y decía por ejemplo, cantando
desde la sombra a las sombras,
asombrado de mi propio silencio,
por ejemplo: "hay
que arar el invierno
y hay surcos, y hombres en la nieve"
Hoy las arañas me hacen cálidas señas desde
las esquinas de mi cuarto, y la luz titubea,
y empiezo a dudar que sea cierta
la inmensa tragedia
de la literatura.
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Leopoldo María Panero (Mutis, de "El que no ve")
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Mientras no encontramos alternativa a comulgar, aguardamos con desasosiego una fortuita sonrisa de Tyké y estiramos nuestras curdas hasta que el sueño nos sorprende, nos sabemos sin embargo, libres. Las berzas conspiradoras son demasiado llanas para inquietarnos, su poder no alcanza nuestra alma, sus asechanzas nos hacen a cada paso más poderosos y a la postre, sus fiascos nos convierten en vencedores, porque nuestra moral y convicciones son inquebrantables.
Atrás hemos dejado décadas de ignominia, jubilado a tristes caricatos carentes de sal, expulsado de nuestro paraiso a lamentables títeres con complejo de Dorian Gray, a descuideros del tres al cuarto y a pretenciosos aprendices de Lute, amantes de la compañía casual y de la Biblia de Iscariote, sin olvidar hacer mención a las cortesanas noveleras mórbidas de ambición. Mediada nuestra existencia, tratamos de mantener lo conseguido, son los cinco minutos de un partido de fútbol destinados a no perderlo, aunque hasta la recta final hemos peleado por ganarlos. Llegados a este punto, agarrémonos los machos con firmeza para que no nos muevan la silla, la maldad trata de perjudicarnos sin obtener beneficio alguno, salvo el de dañar por dañar, lastimar por lastimar y celebrar las derrotas ajenas como victorias propias, vomitiva esencia y triste ejercicio del derecho a pataleo de los perdedores condenados a vagar en el limbo.
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